EL TEMA CRUCIAL DE LAS ELECCIONES COLOMBIANAS

¿Hacia dónde conducen las "negociaciones de paz" con las FARC?

Dí­as antes de las elecciones presidenciales colombianas, la Sociedad Colombiana Tradición y Acción ha publicado en el principal periódico del paí­s un esclarecdor manifiesto sobre el controvertido diálogo promovido por el gobierno Santos con la narco-guerrilla comunista. El texto, a la vez ponderado y contundente, rechaza tanto la impunidad a los grupos extremistas como las concesiones a sus objetivos anticristianos.


La Sociedad Colombiana Tradición y Acción se dirige al paí­s:
¡CONSENSO SÍ, PERO NO CON LOS DEMOLEDORES DE COLOMBIA;
PAZ, SÍ, PERO NO EN PERJUICIO DE LA HONRA NACIONAL;
DIÁLOGO SÍ, PERO SIN RENEGAR DE NUESTRA TRADICIÓN CRISTIANA!

En ví­speras de la elección presidencial, la Sociedad Colombiana Tradición y Acción se dirige al Paí­s al considerar que está en riesgo la vigencia de los más vitales principios de la sociedad, que son los que recibimos de la tradición cristiana, y que si siguen vigentes, asegurarán el futuro de Colombia. Pero si la nación los abandona, caerá en crisis mucho peores que todas las que hasta el presente sufrió.

El diálogo con la guerrilla marxista, el principal factor de desconcierto

De los temas más en vista en la elección, el más importante es el diálogo con la guerrilla de las FARC. Desde hace más de un año y medio el Gobierno se ha empeñado en ellos, sin que exhiba hasta ahora el menor fruto, habiendo claras contradicciones entre lo que afirman sus delegados y repite la prensa y lo dicho por los voceros del grupo guerrillero.

Por esa causa cunden en el Paí­s el escepticismo y el desconcierto, cayendo el apoyo al Presidente, pues la opinión pública se siente navegando a la deriva o en pos de una quimera, lo que deja en grave peligro los valores más dignos de aprecio en la vida polí­tica, jurí­dica y moral de la Nación.

Peor aún, pese al diálogo en curso, continúan los crí­menes de la guerrilla y se oyen las jactancias de sus lí­deres por supuestos logros en las conversaciones de La Habana, donde todo se discute, poco se concluye y menos aún se conocen las conclusiones.

Además, las FARC exigen sumar más temas al debate, tratando de que nada concreto se concluya, causando una desazón nacional. Se ve que todo lo que es vital para el Paí­s está en riesgo de ser destruido, porque a la í­nfima minorí­a guerrillera así­ se le antoja y muy pocas voces rechazan la claudicación.

A su vez, el Jefe del Estado pide al Paí­s una confianza casi ciega en él, como si fuese seguro el éxito del diálogo y como si su lí­nea polí­tica fuese una garantí­a para conseguir la paz. Hace cuatro años, el hoy Presidente recibió un apoyo macizo por causa de la valiente lucha del Estado contra la guerrilla, pero cuando cambió su postura, su prestigio se disipó, pues la Nación quiere que se combata a la guerrilla marxista.

Por su parte, el candidato Enrique Peñalosa apoya el diálogo con la guerrilla, defiende el aborto libre y los postulados ecologistas más radicales, pero fuera de eso, poco se sabe de sus propuestas. El grupo que lo apoya es heterogéneo, lo que, sumado a los pocos parlamentarios de su misma tendencia, transforma en otra incógnita cómo ejercerí­a el gobierno, dada la poca coincidencia de ellos con la mayorí­a del Paí­s.

Otros dos candidatos, Óscar Iván Zuluaga y Marta Lucí­a Ramí­rez, objetan que el diálogo signifique impunidad y rechazan la claudicación del Estado en las negociaciones con la guerrilla, lo cual les ha valido un significativo avance en su aceptación por parte del público.

Ante el desconcierto de la opinión nacional, la guerrilla se muestra desafiante

Las afirmaciones de la guerrilla son un auge de hipocresí­a. Primero, dijeron que no entregarí­an las armas aunque se firme un acuerdo de paz. Luego, según ella, no tiene secuestrados, sin explicar qué sucedió con los incontables colombianos que sí­ lo fueron y a quienes nunca liberó. Asegura que jamás hizo reclutamiento armado y mucho menos infantil, pero el número de niños que huyeron de la guerrilla o que fueron rescatados por el Ejército es de varios miles, sin que diga cuántos aún siguen cautivos y esclavizados, ni cuántos murieron en enfrentamientos o maltratos.

También la guerrilla niega haber producido emigraciones campesinas en masa; afirma que jamás cometió crí­menes de lesa humanidad, ni terrorismo, pese a que éstos son incontables; y niega practicar el narcotráfico, a pesar de que se volvió el más importante cartel de la droga.

¿Cómo dar crédito a sus peroratas pacifistas si se sabe que ella misma después las ignorará, como ya lo hizo tantas veces? ¿Cómo esperar que los representantes del Gobierno en el diálogo denuncien la falsedad y la mentira de los terroristas si por su obsecuencia más parecen “yes men” de las FARC que otra cosa?

De algún modo se entiende que la guerrilla guarde silencio sobre estos puntos, pues tratarlos seriamente equivaldrí­a a auto-acusarse, lo que nunca hará; pero lo que es inaudito es que el Gobierno también los omita con cuidado, para no dificultar el diálogo ni acabar con la pseudo-pacificación. ¿Esto es diálogo? ¿O, más bien, un monólogo del bando guerrillero con simples interrupciones de la contraparte oficial?

No hay nada peor que representantes del Gobierno obsecuentes ante una guerrilla prepotente

La pacificación de la guerrilla es vital, pero debe cumplir una condición esencial: que no sea una promesa de duración efí­mera y cumplimiento nulo. Debe quedar claro que hay principios morales que no se negociarán: que no habrá criminalidad impune, ni zonas bajo dominio guerrillero, ni soberaní­a relativizada por el narcotráfico, y menos si está en manos de las FARC.

No obstante, en estos puntos se producen silencios misteriosos, garantizados por el muro de secretos que se levanta en torno de La Habana y alrededor de la Casa de Nariño y que casi todos los actores polí­ticos coinciden en nunca cuestionar. ¿Así­ se resguarda el futuro del Paí­s? ¡No, aunque las voces más cotizadas se unan para asegurarlo! ¿Por qué? ¡Porque es contra todas las evidencias!

Si la guerrilla no reconoce por entero los crí­menes que cometió, muy difí­cilmente se enmendará

Hace poco, el Cardenal Arzobispo de Bogotá afirmó: “si la guerrilla nació como una rebelión contra el régimen polí­tico y económico, la solución debe pasar por una apertura a la participación polí­tica de la gente en el paí­s” . En principio esto se comprende, pero, acto seguido, el Purpurado agregó: “Que guerrilleros y ex-guerrilleros puedan participar en polí­tica es deseable y necesario. Si no lo hacen se mantendrán como una amenaza.”

Que esto se diga de los ex-guerrilleros, no es nuevo, pues los diálogos que se hicieron a lo largo de veinte años partí­an de la base de que a la violencia guerrillera sólo se respondí­a con indulgencia. Y sucedió que el fanatismo guerrillero -que era evidente, pero negado por los personajes claves- condujo a nuevos estallidos de violencia, que todo el Paí­s real temí­a, pero que el Paí­s oficial negaba con pertinacia. Lo cual frustró la pacificación.

Ahora, pese a eso, se va más lejos, pues se insinúa que guerrilleros no pacificados, sino activos y amenazantes, deben participar del gobierno, lo cual entregarí­a al Paí­s a la fuerza que más ha hecho por demolerlo.

La violencia y la guerra continuarán si el Paí­s sufre una extorsión de parte de la guerrilla y se somete a ella. Ésta es una concesión que la dignidad cristiana de Colombia no permite, pues es contra la legí­tima defensa nacional, con desprecio por la sangre de cientos de miles de campesinos, soldados y policí­as, que cayeron ví­ctimas del ataque guerrillero o terrorista, a lo largo de más de seis décadas.

Si el Paí­s se somete a la exigencia guerrillera, hecha con armas en la mano, muchos otros sectores proclives a la violencia creerán que se abrió un precedente de capitulación de las autoridades ante el crimen, lo que los incitarí­a a hacer análogas exigencias e idénticas amenazas. Así­, lejos de estar iniciando una era de paz, Colombia se estarí­a hundiendo, más que nunca, bajo el dominio criminal.

El bloque bolivariano impulsa a Iberoamérica a caer bajo el dominio de la Cuba castrista

Estos males no afectan sólo a Colombia, sino también a toda Iberoamérica, y en especial a nuestra nación hermana, la desdichada Venezuela. Su régimen inicuo la lanza a las garras del comunismo, volviéndose un régimen prepotente y agresivo, el carcelero de su propio pueblo, la burla de sus leyes y la frustración de sus esperanzas.

Otros paí­ses del Continente, cuyos gobiernos se solidarizan en grados diversos con el régimen “bolivariano” y con el dominio cubano, toman el mismo camino de caos y desolación que los dos modelos que las guí­an por el camino del desvarí­o común. Y esto, a pesar de las muertes que causaron, a la miseria que produjeron y a la violencia que instauraron.

No es ajeno a este panorama lamentable que el gobierno colombiano haya querido que los diálogos con la guerrilla se realicen en suelo cubano, bajo la tutela de la dictadura castrista. No se comprende que Cuba sea autoridad o testigo del proceso de pacificación, después de ser por más de medio siglo la promotora de la ofensiva demoledora, con el fin que expandir el comunismo.

* * *


Dicho lo anterior, cabe añadir que Colombia espera que al menos uno de los candidatos presidenciales asuma la posición que el paí­s desearí­a ver en todos ellos: que prometa no claudicar ante las exigencias de los terroristas, que se identifique con la civilización cristiana, que luche por la grandeza de la Patria y que notifique a los fautores de la violencia que serán tratados, no con indulgencia, sino con la aplicación severa, pero justa, de la Ley.

Bastará esto para que la opinión pública se anime, el desconcierto se esfume y la confianza en nuestro futuro se vuelva una disposición general de la mayor parte de la Nación.

Pedimos a Nuestra Señora de Chiquinquirá, Patrona de Colombia, y a nuestro Divino Redentor, que fortifiquen las fibras del alma nacional, nos preparen a todos sus hijos para los sacrificios que sean necesarios, y para mantener la decisión de combatir sin descanso por la preservación cristiana, no sólo de Colombia, sino de toda América, confiados en la protección de la Madre de Dios.

Es lo que le pedimos en esta encrucijada en que se encuentra Colombia, siguiendo el ejemplo y continuando la lucha doctrinaria de nuestro Maestro e Inspirador, el insigne pensador católico Plinio Corrêa de Oliveira, que tantas batallas trabó en defensa de la Cristiandad, contra la secta comunista, pero siempre “in Signum Crucis” .

Sociedad Colombiana Tradición y Acción
www.colombia-autentica.org
Eugenio Trujillo Villegas
Director
Bogotá, 13 mayo de 2014.










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