ALABANZA Y TRIUNFO DIVINO

Qué nos enseña la fiesta de la Visitación

"La Visitación", por Domenico Ghirlandaio - Museo del Louvre, Paris

La visita de Marí­a a su prima Isabel es un episodio pleno de enseñanzas profundas y de alegrí­a santa, fuente inagotable de inspiración para el fiel que la contempla.

Según refiere el erudito abad benedictino Don Próspero Guéranger, ya en la Edad Media la Orden de San Francisco como también algunas diócesis, por ejemplo Reims y Parí­s, celebraban la Visitación como festividad litúrgica. Fue el Papa Urbano VI quien en el año 1389 la estableció como solemnidad para toda la Iglesia y concedió en su celebración las mismas indulgencias que un siglo antes habí­a otorgado Urbano IV para la fiesta del Corpus Christi.

El propósito de Urbano VI al instituir esta fiesta era obtener que acabase el llamado “cisma de Occidente” que durante 40 años dilaceró a la Iglesia, enfrentando a cardenales italianos y franceses, que elegí­an Papas rivales (¡en cierto momento llegó a haber hasta 3 Papas simultáneos!). La confusión de esos años fue tal, que incluso grandes santos como San Vicente Ferrer y Santa Catalina de Siena, tomaron partidos opuestos.

“Nunca se habí­a visto ”dice Don Guéranger” a la Esposa del Hijo de Dios en situación tan dolorosa. Pero Nuestra Señora, a quien se habí­a dirigido el verdadero Pontí­fice al comienzo de la tormenta, no dejó fallida la esperanza de la Iglesia” . Y a pesar de todas las vicisitudes, “el Occidente separado de hecho, pero unido en sus principios, se volví­a a unir en el tiempo escogido por Dios para devolver la luz” , lo que ocurrió el año 1417, con la elección del Papa Martí­n V.

Marí­a, nueva Arca de la Alianza

Fue la casa del sacerdote Zacarí­as, esposo de santa Isabel, que durante tres meses acogerí­a a la Sabidurí­a eterna, el Verbo de Dios, poco antes encarnado “en el seno purí­simo en que se acaba de consumar la unión que ambicionaba su amor!” , añade Don Guéranger.

Por el pecado original, el demonio tení­a cautivo a san Juan como a todos los hombres. La embajada del ángel a su anciano padre Zacarí­as, anunciándole que su esposa estéril, Isabel, concebirí­a milagrosamente a San Juan, no eximió a este “del tributo vergonzoso que todos los hijos de Adán deben pagar al prí­ncipe de la muerte, a su entrada en la vida. Pero apareció Marí­a, y Satanás vencido sufrió en el alma de Juan su más completa derrota, que no será la última; porque el arca de la nueva alianza no detendrá sus triunfos hasta reconciliar al último de los elegidos.

Es en este misterio donde “especialmente aparece Marí­a como verdadera arca de Alianza: llevando al Emmanuel, testimonio vivo de una reconciliación definitiva entre la tierra y el cielo. Por ella, mejor que en Adán, todos los hombres han de ser hermanos; porque el que lleva escondido en su seno, será el primogénito de la gran familia de los hijos de Dios. Apenas concebido, comienza para Él la obra de la propiciación universal” .

Alegrí­a de la Iglesia

“Este dí­a debe ser de especial alegrí­a, explica el erudito benedictino, “porque en este misterio están, como en germen, todas las victorias que alcanzarán la Iglesia y sus hijos; desde hoy el Arca santa preside los combates del nuevo Israel. Basta ya de división entre el hombre y Dios, el cristiano y sus hermanos; si la antigua arca no logró impedir la escisión de las tribus, el cisma y la herejí­a conseguirán hacer frente a Marí­a unos cuantos años o algunos siglos, pero al fin resplandecerá más su gloria. De Ella, como en este dí­a glorioso y a la vista del enemigo humillado, brotarán siempre la alegrí­a de los pequeños, la perfección de los pontí­fices, y la bendición de todos. Unamos el tributo de nuestras voces a los saltos gozosos de Juan, a la repentina exclamación de Isabel, al cántico de Zacarí­as; todo el mundo lo repita.

“Así­ se saludaba antiguamente la llegada del arca al campamento de los Hebreos; los Filisteos, al oí­rlo, por ahí­ comprendí­an que habí­a bajado el auxilio del Señor; y sobrecogidos de espanto, gemí­an, diciendo: ’¡Desgraciados de nosotros! no reinaba aquí­ ayer una alegrí­a tan grande; ¡desgraciados de nosotros’.

“Por cierto que hoy el género humano salta de gozo y canta con Juan; y hoy también, y con razón, se lamenta el enemigo; hoy la Mujer descarga el primer golpe de talón en su cabeza altanera, y Juan, ya librado [de la mancha original], es en esto precursor de todos nosotros. El nuevo Israel, más afortunado que el viejo, tiene seguridad de que no le arrebatarán ya su gloria nunca jamás; nunca le quitarán el Arca santa que le permite pasar las aguas, y derrumba ante él las fortalezas” .

Magnificat: un éxtasis sereno de alabanza y triunfo

La Visitación, por Giotto - Capilla del Scrovegni, Padua.

Y concluye Dom Géranger: “¿No es, pues, muy justo que este dí­a, en que termina la serie de las derrotas del maligno que comenzaron en el Paraí­so, sea también el dí­a de los cánticos nuevos del nuevo pueblo? Pero ¿a quién toca entonar el himno del triunfo, sino al que gana la victoria? Por eso canta Marí­a el Magnificat en este dí­a de triunfo, recordando todos los cantos de victoria que, a lo largo de los siglos de espera, fueron como preludios a su divino Cántico.

“Pero las victorias pasadas del pueblo elegido no eran más que la prefigura de la que consigue Ella, en esta fiesta de su manifestación, como soberana gloriosa, que, mejor que Débora, Judit o Ester, ha comenzado a libertar a su pueblo; en su boca los acentos de sus ilustres predecesoras han evolucionado de la aspiración inflamada de los tiempos de la profecí­a, al éxtasis sereno, que denota la posesión del Dios por tanto tiempo esperado. Una era nueva comienza para los cantos sagrados: la alabanza divina toma de Marí­a el carácter que no perderá en este mundo y que subsistirá aún en la eternidad.

“Y en este dí­a también, inaugurando su ministerio de Corredentora y de Mediadora, recibió Marí­a por vez primera en la tierra, de boca de Santa Isabel, la alabanza que sin fin merece la Madre de Dios y de los hombres: ’¡Bendita tú eres entre todas la mujeres!”


Fuente: Don Guéranger, El Año Litúrgico, Tomo IV, págs. 509 ss.









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Mensajes

  • San Vicente Ferrer y Santa Catalina de Siena, tomaron partidos opuestos.

     

    No señores no es así, esa frase es capciosa. ¿Quién tuvo razón? Santa Catalina sin dudas, por lo cual no se puede hablar que ella tomó partido opuesto sino que era ella quien estaba en lo correcto. El que tomó partido opuesto a la posición correcta fue Ferrer.

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