AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Esplendor regio y confort popular

por Plinio Correa de Oliveira

Foto: A. Chicurel/hemis.fr (tamaño completo aquí)

¿Realidad o cuento de hadas? Se tendrí­a el derecho de dudar, considerando la armoní­a, la delicadeza, la suprema distinción de este castillo, construido sobre aguas de una serenidad y de una profundidad dignas de servirle de espejo. Hasta se dirí­a que esta inimaginable fachada fue hecha para ser vista principalmente en su reflejo en las aguas lí­mpidas sobre las que está suspendida.

Se trata de una realidad, sí­, pero de una realidad maravillosa, nacida del genio francés. Es el castillo de Chenonceau, construido en el siglo XVI. Lo distingue una armoniosa interpenetración de fuerza y ”‹”‹de gracia, de simetrí­a y fantasí­a, muy tí­pica del alma francesa. La fotografí­a pone ante nosotros tres elementos diversos: un cuerpo de edificio largo y uniforme, que termina por la unión con otro bastante diverso, flanqueado de pequeños torreones. Por fin, a la derecha del lector, una pesada torre.

El cuerpo del edificio reposa sobre cinco arcos, de lo que le viene su ligereza. Para evitar lo que las pilastras de los arcos tendrí­an de muy pesado, cada una es encimada por un saliente a manera de torreón, aligerada por una gran ventana. Sobre el torreón, otra ventana en el nivel superior, que parece terminarse graciosamente en el tragaluz ornamental casi risueño de la buhardilla. Pilastra, torreón, ventana del segundo piso y tragaluz de la buhardilla, constituyen una sola lí­nea que se refleja entera en la profundidad del agua, dando como que una continuidad entre el edificio y su reflejo.

Foto: ADT Touraine / Loîc Lagarde (tamaño completo aquí)

Tal como la forma noble y armónica de los arcos también se beneficia en completarse en su propio reflejo. Y estos dos elementos aseguran vigorosamente la continuidad estética entre el castillo real inmerso en el aire diáfano, y el castillo irreal "inmerso" en el Cher. Los cinco arcos corresponden a cinco partes de la fachada, que repiten una a la otra. La armoní­a es perfecta. Tan perfecta que tocarí­a los bordes de la monotoní­a si lo que ella tiene de profundamente plácido no fuera armónicamente compensado y realzado por un contraste.

Foto: Ra-Smit (foto entera aquí)

En efecto, el segundo cuerpo de edificio se yergue más macizo en su base, en la cuadratura monumental de su masa, un tanto guerrero en la altanerí­a de sus torres, tan listo para la acción y la lucha como la otra parte sobre el rí­o parece estar lista para las fiestas y la paz. Considerado en sí­ mismo, también presenta el contraste armónico entre fuerza y ”‹”‹gracia. El extremo de su fuerza es la base, en la parte compacta que va del rí­o al comienzo de los torreones. El primero y segundo niveles son más leves, con sus grandes ventanas y la poesí­a de sus torres. Las buhardillas y el techo son de una lozaní­a, una diversidad, una belleza casi musical.

Foto: Ra-Smit (foto entera aquí)

Y a la izquierda, recuerdo grave y venerable de otras eras, heroica, sombrí­a, inconmovible, bañada en una atmósfera legendaria, está la vieja torre, simbolizando la solidez de las tradiciones que son el alma de Chenonceau. Esta torre y la parte del castillo sostenida por los arcos son absolutamente heterogéneas. Pero la parte central forma entre ellas una tan suave transición, que todo se une en un agradable conjunto.

No es difí­cil imaginar lo que serí­a la vida en este castillo, en sus siglos de gloria, por ejemplo en las noches cálidas y plácidas, con todas las luces encendidas reflejándose en el rí­o, y las músicas escapando por las ventanas abiertas, para perderse entre las flores de los parques o en la superficie dulcemente móvil de las aguas ...

* * *

Siglo XVI, siglo complejo, en que el neopaganismo, que culminó en el siglo XX con la crisis apocalí­ptica presente, ya empezaba a mostrarse. Pero en que muchas tradiciones cristianas de distinción, elevación de espí­ritu, armoní­a de alma, aún conservaban un gran vigor. Siglo en que la propia arte todaví­a estaba marcada por una grandeza cristiana. ¿Qué hizo este siglo por los pobres? ¿Cómo viví­an los servidores de este castillo incomparable?

Según una leyenda estúpida, el lujo del castellano era obtenido por la opresión del servidor. Serí­a interesante organizar un álbum con las fotografí­as de muchas de las residencias de servidores de castillos que aún se conservan. Servirí­an para pulverizar la leyenda.

He ahí­, en nuestro último cliché, un vestigio de construcciones de estas, en el propio Chenonceaux. Estaba destinado a guardias. Un primor de gracia campestre, de acogida, de armoní­a despretensiosa, de auténticamente pintoresco, muy adecuado para proteger calidamente a lo largo del invierno contra las intemperies, con sus tres chimeneas. Y formando un todo deliciosamente armónico con la naturaleza en fiesta durante la primavera.

Este es un pequeño aspecto de la vida rural de antaño, que la civilización cristiana supo tornar tan fuerte, tan plácida, tan estable y tan inocente. San Vicente de Paúl en el siglo XVII, altamente relacionado en Parí­s, nunca consintió en invitar a sus parientes, modestos campesinos, a cambiar de profesión, ¡pues creí­a que estaban en las condiciones de vida entonces más favorables para la práctica de la virtud y la conquista del Reino de los cielos!

Y para llegar a un tal ápice de vida rural no fue necesario el socialismo, ni la demagogia.





Publicado originalmente en la revista brasileña "Catolicismo" nº 61, de enero de 1956.







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