A PROPÓSITO DE UN SÓRDIDO ASESINATO HOMOSEXUAL

“Crí­menes de odio” , utopí­a y catástrofe

Crece el debate en el Congreso sobre el controvertido Decreto Legislativo N° 1323, por el cual el Presidente Kuczynski modificó el Código Penal para castigar la discriminación por orientación sexual e identidad de género. A su vez, el decreto define la discriminación de una manera suficientemente amplia como para que ”siguiendo el mal ejemplo de otros paí­ses” los activistas homosexuales pongan entre la espada y la pared a quienes digamos que sus actos son inmorales u osemos afirmar que un hombre vestido de mujer es varón.

El pernicioso decreto también dispone que los jueces deben aumentar las penas a los delitos cometidos bajo “móviles de intolerancia o discriminación” hacia la orientación sexual o identidad de género de la ví­ctima.

Por amplia mayorí­a la comisión de Constitución del Congreso se manifestó a favor de la derogación del Decreto, alegando con razón que el gobierno se excedió al legislar subrepticiamente sobre esa materia, la cual no estaba incluida en las facultades limitadas que le habí­a delegado el Parlamento, y que es a éste al que le corresponde tratar el tema. Esto bastó para que los lobbies del movimiento homosexual reaccionaran furiosamente, en el estilo que les es propio, y se generase un encendido debate. Aún falta que el pleno del Congreso tome la decisión de derogar la ley o mantenerla.

Ante la sugestión de derogar el decreto 1323, los abanderados de los "derechos sexuales" y la "no discriminación" están en pie de guerra. Foto: congresistas Alberto de Belaúnde, Marisa Glave y Gino Costa defienden férreamente el decreto-mordaza.

En medio de esta polémica, el paí­s fue conmocionado por la revelación de un horrendo crimen entre homosexuales, cuya ví­ctima fue un periodista audiovisual, que fue descuartizado y sus partes arrojadas en diversos lugares.

Ese crimen se suma a otros igualmente horrendos, cometidos contra personas que practican la homosexualidad. Curiosamente, los grupos de presión homosexuales atribuyen esos actos a la “estructura de poder heteronormativa” (sic) de una sociedad donde imperarí­a la llamada “homofobia” (que nadie sabe definir en qué consiste), la cual impedirí­a a los pervertidos sexuales revelarse como tales.

Pero el dato que debe ser resaltado es que, al igual que en el caso del periodista, la inmensa mayorí­a de los asesinatos de personas “LGBT” que ocurren en el paí­s son cometidos por elementos de su misma condición [1]. Y esto, como ya lo hemos señalado ”sin que nadie ose refutarnos, pues está perfectamente documentado [2] ” tiene una causa fácilmente explicable, de í­ndole moral.

La mayoría de los asesinatos de personas LGBT que ocurren en el país son cometidos por elementos de su misma condición. Foto: el asesino del periodista Yactayo es llevado por agentes de la Policía.

Utopí­a y catástrofe

Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el pecado de sodomí­a constituye un “grave desorden” moral. Quien lo practica es considerado un amoral, es decir, una persona que ha perdido el sentido moral.

Por la natural correlación que existe entre las virtudes como entre los vicios, quien se descontrola hasta caer en la práctica homosexual, queda más propenso a incurrir en descontrol análogo en otros ámbitos.

Por eso, las estadí­sticas muestran que el exceso de alcohol, el consumo de drogas y los niveles de violencia doméstica son proporcionalmente mucho mayores entre homosexuales que en el resto de la población. Y se está a la espera de una investigación seria sobre la influencia de factores preternaturales ”es decir, diabólicos” en esos crí­menes, porque su grado de ensañamiento excede muchas veces lo meramente humano.

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La parábola del hijo pródigo expresa bien nuestra única salida: el retorno al orden moral y la civilización cristiana (Foto: El retorno del hijo pródigo, Rembrandt. Museo del Hermitage).

El actual mundo hollywoodiano se construyó sobre la utopí­a de una libertad sin restricciones, en que cada uno podrí­a realizarse entregándose a sus inclinaciones desordenadas, al margen de la Ley de Dios y de la ley natural que, como dice san Pablo, todo hombre lleva impresa en su propia alma.

El resultado está a la vista: las conductas amorales van dominando la sociedad, y del abismo del vicio van deslizando hacia el abismo del crimen, de la utopí­a a la catástrofe. Es un cuadro de aterradora crisis moral que pocos hombres públicos se atreven a mirar de frente y designar como tal, porque tendrí­an que reconocer que la solución sólo puede ser una: el retorno al orden moral, a la “casa paterna” de la civilización cristiana de la cual nunca debimos apartarnos.











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