AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

La verdadera santidad es fuerza de alma y no blandura sentimental*

Por ocasión de la fiesta litúrgica de Santa Teresita del Niño Jesús, este breve y certero análisis de su virtud a partir de su fisonomía real —tan contrastante con la imagen edulcorada que habitualmente se nos presenta de ella— nos permite apreciar de modo palpable qué es verdaderamente la santidad.

Plinio Corrêa de Oliveira

La Iglesia enseña que la verdadera y plena santidad es el heroísmo de la virtud. El honor de los altares no es concedido a las almas hipersensibles, débiles, que huyen de los pensamientos profundos, del sufrimiento lancinante, de la lucha; en suma, de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

Siguiendo la palabra de su Divino Fundador, “el Reino de los Cielos es de los violentos”, la Iglesia solo canoniza a los que en vida combatieron auténticamente “el buen combate” (2 Tim. 4,7), arrancando el propio ojo o cortando el propio pie cuando causa escándalo (cf. Mat. 5, 29-30) y sacrificándolo todo para seguir sólo a Nuestro Señor Jesucristo.

En realidad, la santificación implica el mayor de los heroísmos, pues supone no solo la resolución firme y seria de sacrificar hasta la vida si fuera preciso, para conservar la fidelidad a Jesucristo, sino aún la de vivir en la tierra una existencia prolongada, si ello place a Dios, renunciando a todo momento a lo que se tiene de más preciado para aferrarse solamente a la voluntad divina.

Cierta iconografía, lamentablemente muy en uso, presenta los Santos bajo un aspecto bien distinto: criaturas blandas, sentimentales, sin personalidad ni fuerza de carácter, incapaces de ideas serias, sólidas, coherentes, almas movidas tan sólo por sus emociones y, por tanto, totalmente inadecuadas para las grandes luchas que la vida terrena trae siempre consigo.

* * *

La figura de Santa Teresita del Niño Jesús fue particularmente deformada por la mala iconografía. Rosas, sonrisas, sentimentalismo inconsistente, vida suave y despreocupada, huesos de azúcar candy y sangre de miel… es la idea que nos dan de la grande e incomparable Santa.

¡Cómo todo esto diverge del espíritu vasto y profundo como el firmamento, resplandeciente y ardiente como el sol, y no obstante tan humilde, tan filial, con el que se toma contacto cuando se lee la “Historia de un Alma”!

* * *

Nuestras dos primeras ilustraciones presentan, por así decir, dos “Teresitas” distintas, y hasta opuestas una a la otra. La primera nada tiene de heroico: es la Teresita insignificante, superficial, almibarada, de la iconografía romántica y sentimental. La segunda es la Teresita auténtica, fotografiada el 7 de junio de 1897, poco antes de su muerte, ocurrida el 30 de septiembre del mismo año. La fisonomía está marcada por la paz profunda de las grandes e irrevocables renuncias. Los trazos tienen una nitidez, una fuerza, una armonía que sólo las almas de una lógica de hierro poseen. La mirada habla de dolores tremendos, sentidos en lo que el alma tiene de más recóndito, pero al mismo tiempo deja ver el fuego, el aliento de un corazón heroico, resuelto a ir adelante cueste lo que cueste.

Imagen original del detalle encima comentado.

Contemplando esta fisonomía fuerte y profunda, como sólo la gracia de Dios puede transformar el alma humana, se piensa en otra Faz: la del Santo Sudario de Turín, que ningún hombre podría imaginar, y tal vez ninguno ose describir.

Entre la Faz del Señor muerto, que es de una paz, una fuerza, una profundidad y un dolor que las palabras humanas no consiguen expresar, y la faz de Santa Teresita, hay una semejanza imponderable pero sumamente real. ¿Y qué puede extrañar que la Santa Faz haya impreso algo de Sí en el rostro y en el alma de aquella que, en religión, se llamó justamente Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz?


(*) Publicado originalmente en “Catolicismo”, São Paulo, Nº 30 - Junio de 1953









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