Apuntes para una charla

La Reforma Agraria en el Perú

Julio Loredo de Izcue

El 28 de mayo de 2019, Tradición y Acción por un Perú mayor realizó la conferencia "50 años de la Reforma Agraria socialista y confiscatoria en el Perú". Presentamos aquí los apuntes preparatorios en que se basó nuestro asociado Julio Loredo de Izcue para realizar su disertación. Al final, los lectores encontrarán el video del evento.

Antes de entrar en el tema, debo aclarar un punto. Hablaremos de Reforma Agraria. Es obvio que se puede hablar de una sana reforma agraria, que constituya un auténtico progreso y esté en armonía con la ley natural y nuestra tradición cristiana. Se trataría, más bien de una política agraria. Pero también se puede hablar de una reforma agraria revolucionaria, izquierdista y malsana, que esté en desacuerdo con esta tradición. Este último tipo de reforma agraria ataca a fondo e incluso llega a eliminar la propiedad privada. Por eso mismo debe ser tomado también como hostil a la familia. En efecto, propiedad y familia son instituciones correlativas y fundadas en los mismos principios.

Obviamente, aquí estamos hablando de la Reforma Agraria revolucionaria, izquierdista y malsana, que escribiré con mayúsculas.

Antecedentes en el Perú

En 1958, el entonces Primer Ministro y Ministro de Economía Pedro Beltrán Espantoso había encabezado una Comisión para la Reforma Agraria. No se trataba tanto de expropiar, sino más bien de favorecer la colonización de nuevas tierras. En todo caso, al hablar de “Reforma Agraria”, se abrió la caja de Pandora.

En 1963, durante el gobierno de la Junta Militar presidida por Nicolás Lindley López, después que Ricardo Pérez Godoy pasara a la reserva, se promulgó la Ley de bases para la Reforma Agraria que creó el IRAC (Instituto de Reforma Agraria y Colonización) e inició el proceso de la reforma agraria en el valle de La Convención (Cuzco), escenario de invasiones campesinas en 1962. Al año siguiente, durante el gobierno de Fernando Belaunde Terry, se promulgó la Ley de Reforma Agraria, que, si bien no incluyó a las grandes propiedades de la Costa, tenía ya un carácter expropiatorio y subversivo.

Golpe militar velasquista

Todos recordamos el golpe de estado militar el 3 de octubre 1968 que, bajo la presidencia del general Juan Velasco Alvarado, estableció el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, de orientación “socialista y nacionalista”. Rompiendo las alianzas tradicionales, Velasco puso al Perú en la órbita de la Unión Soviética, la China maoísta y de Cuba. El Gobierno lanzó el llamado Plan Inca, que buscaba subvertir en profundidad nuestro país, convirtiéndolo en un país virtualmente comunista. Comenta Enrique Mayer, hombre de la izquierda: “(Velasco) impuso un cúmulo de medidas de reforma profundamente radicales, que llegaron uno tras otro, rápidamente y sin previo aviso. Fue una Revolución por decreto”. [1]

El 24 de junio de 1969, el Gobierno promulgó el Decreto Ley Nº 17716 implantando la Reforma Agraria. Así resume su alcance Fernando Eguren, presidente del CEPES: “Entre junio de 1969 y junio de 1979 se expropiaron 15.826 fundos y más de 9 millones de hectáreas. La mayor parte de esta área fue adjudicada a 370 mil beneficiarios. Todos los latifundios y muchos predios de menor tamaño fueron expropiados. La clase terrateniente fue liquidada social y económicamente. Sobre el área de las haciendas fueron organizadas empresas asociativas (cooperativas agrarias de producción-CAP y sociedades agrícolas de interés social-SAIS)”. [2]

Se trató, según Eguren, de “una de las reformas agrarias más radicales de América Latina”.

Llama la atención el número relativamente pequeño de beneficiaros. Quiere decir que a cada uno le tocaron 24.3 hectáreas, o sea un minifundio no pequeño.

En 1970 se promulgó la Ley 18158 prohibiendo bajo pena de cárcel criticar la Reforma Agraria. Por eso se la conoce como “Ley Mordaza”.

En 1972, fue promulgado el Decreto Ley Nº 19400, que liquidó las organizaciones de los hacendados: la Sociedad Nacional Agraria, la Asociación de Ganaderos y la Asociación de Productores de Arroz. Así, toda la clase de propietarios (o sea de productores) agropecuarios quedó sin voz política.

Reforma agraria, falsa solución para un problema inexistente

En el Perú, como en toda América Latina, la reforma agraria no era en absoluto necesaria. A diferencia de Europa, aquí no existe falta de tierras cultivables. De ello es ejemplo Brasil, con una superficie de 8,5 millones de kilómetros cuadrados, o sea 850 millones de hectáreas, el 42% de las cuales aún vírgenes. Los estudios muestran además que el sistema de propiedad privada se ha demostrado capaz de desarrollar índices de productividad a la par de los países más avanzados.

Buena parte de nuestro país es tomada por la región amazónica. Con técnicas que podríamos perfectamente imitar, Brasil ha transformado su Amazonía en la parte más dinámica del país. En ese sentido, el Perú tiene posibilidades casi infinitas de expansión agropecuaria. Para no hablar de las técnicas de cultivo en el desierto, usadas, por ejemplo, en California y en Israel.

Un fracaso total

Abundan los estudios científicos que demuestran el fracaso de las reformas agrarias en América Latina. Es un hecho comprobado que ninguna reforma agraria logró jamás mejorar la situación de los campesinos. La verdad es lo contrario. Sin excepción, mientras las reformas agrarias triunfaban en el plano ideológico – destruyendo la sociedad orgánica, como veremos–, fracasaron en la esfera económica, produciendo situaciones de pobreza y de abandono.

Comenta Antonio Zapata, hombre de la izquierda, hablando del Perú: “Cuarenta años después, la reforma agraria es todavía muy ambigua. Se nos pregunta sobre resultados. En parte tuvo éxito. Bajo otros tantos perfiles, sin embargo, ha sido un fracaso total. Si de una parte ha liberado al campesino peruano de la servidumbre de los señores, debemos también admitir que sus propuestas económicas se han demostrado utópicas e insensatas. La reforma agraria ha provocado una caída en la productividad agrícola. (…) Fue un fracaso económico total. Los campos han dejado de producir”. [3] El desplome de la producción agrícola forzó a millones de campesinos a emigrar hacia las ciudades, en condiciones de total indigencia, creando situaciones de desequilibrio que, hasta hoy, constituyen un punto negro de la situación de nuestro país.

Cito también Fernando Eguren: “La cooperativización de las haciendas y de las SAIS fue un fracaso. La mayor parte de cooperativas, desprovistas de personal técnico y gerencial, difuminadas las jerarquías internas que requiere el manejo de empresas complejas y tironeadas por intereses contradictorios de los trabajadores, que al mismo tiempo eran propietarios y asalariados, sucumbieron y fueron parceladas en unidades familiares por los propios asociados. La mayor parte de las SAIS, por su lado, sucumbieron asimismo al mal manejo empresarial y al asedio campesino, tanto interno como externo, para diluirse en las comunidades campesinas circundantes y también en parcelas familiares. A partir de 1975 se manifestó una aguda crisis económica que perduraría hasta comienzos de la década de 1990”.

Un exhaustivo estudio conducido en 1980 por el Instituto de Estudios Peruanos, de orientación marxista y, por tanto, nada sospechoso de parcialidad contra el régimen velasquista, revelaba: “Diez años después, el programa de reforma agraria ya estaba paralizado”. El 68% de las cooperativas rurales se habían disuelto. Entre las que aún funcionaban, el 78% mostraba “graves problemas estructurales”. El 47% no llevaba si siquiera una contabilidad... Las cooperativas de producción de azúcar, “de las cuales, dado su gran desarrollo antes de la reforma agraria, se esperaban resultados positivos”, vieron en cambio sus balances desplomarse: 1.659 millones de dólares de déficit en 1976; 2.758 millones en 1977; hasta superar los 3.000 millones en 1978. En suma, una catástrofe. [4]

En 2009, en ocasión de los 40 años de la Reforma Agraria, el Instituto Peruano de Economía publicó el estudio “Consecuencias económicas de la revolución de Velasco”. Bajo el subtítulo “La Reforma Agraria, un amargo balance”, afirma: “Los resultados económicos de la reforma agraria fueron en extremo negativos. Aparte de los impactos de la caída en la producción y en la eficiencia en el sector agrario – pasamos de ser un país netamente exportador a ser un país dependiente de la importación de alimentos– hubo un nefasto impacto en la formalidad”.

En lo que respecta a Brasil, es interesante conocer los datos presentados en abril de 2012 por un analista bien poco sospechoso: Francisco Graziano Neto, ex presidente del INCRA (Instituto Nacional de Colonização e Reforma Agrária), organismo encargado de implementar la reforma agraria. He aquí algunos pasajes de su intervención:

“Brasil ha hecho la mayor reforma agraria del mundo. (...) Dicho sin vueltas de palabras: la reforma agraria se configura como el peor fracaso de la política pública de nuestro país. Aparte de algunas excepciones aisladas, todos los asentamientos se convirtieron en verdaderas y auténticas favelas rurales. Fue un verdadero desastre”. [5]

Un libro publicado recientemente en Chile dedica casi quinientas páginas, entre datos estadísticos y entrevistas a los protagonistas, al análisis de la reforma agraria en este importante país andino. [6] También en este caso, la reforma agraria fue hecha “para eliminar el latifundio, sin preocuparse por los índices de productividad”. En efecto, mientras el gobierno de Eduardo Frei había mantenido un crecimiento anual del PBI agrícola igual al 2%, con Allende el índice se desplomó al -4,6%, para después remontar al 8,7% con Pinochet, implementando políticas diametralmente opuestas.

Motivos ideológicos

Yo podría continuar, casi ad infinitum, a citar estudios, “de derechas” como “de izquierdas”, que muestran el total fracaso de las reformas agrarias en América Latina. [7] Recuerdo, por ejemplo, una serie de reuniones que tuve en julio del 1993 con profesores de la UNAM, en Ciudad de México, sobre el fracaso de la Reforma Agraria en dicho país, la primera en el continente y, en cierto sentido, el modelo. Los técnicos mexicanos estaban trabajando para rediseñar todo el esquema.

Si todos, incluso los izquierdistas, admiten el total fracaso de la Reforma Agraria, ¿por qué se hacen? Este es el núcleo de mi charla.

Desde ya quitémonos de la cabeza que las reformas agrarias son hechas para el bien del pueblo.

Las reformas agrarias nunca fueron hechas para mejorar la situación de los campesinos, es decir por motivos altruistas, sino para destruir un cierto régimen social y cultural, o sea por motivos ideológicos revolucionarios. Escribe el historiador inglés Eric Hobsbawm, pasando revista a las reformas agrarias en todo el mundo: “Para los revolucionarios, los argumentos a favor de la Reforma Agraria eran políticos (…) ideológicos (…) y sólo a veces económicos (…) El argumento más poderoso a favor de la Reforma Agraria no se fundaba sobre la productividad sino sobre la igualdad”. [8]

Opinión compartida por Jacques Chonchol, ministro de agricultura de Salvador Allende y uno de los principales ideólogos de la reforma agraria en América Latina: “Indudablemente, el objetivo fundamental [de la reforma agraria] es acabar con el sistema de servidumbre en que han vivido durante generaciones los campesinos. No es un objetivo productivo, sino social”. [9]

El propio Karl Marx afirmaba que la Reforma Agraria es el primer paso, esencial e indispensable, para la instauración del socialismo. [10] En ese sentido es interesante leer el artículo de Richard L. HARRIS, El Marxismo y la cuestión agraria en América Latina, en que el autor muestra la inspiración marxista de las varias reformas agrarias en nuestro continente. [11]

En otras palabras, para sus promotores, independientemente de cualquier consideración, la Reforma Agraria se justifica ideológicamente como paso para implantar la Revolución comunista. Es este el motivo, es esta la finalidad. Y, para parafrasear Lenin, si la economía se va al diablo, pues peor para la economía...

Factores pasionales

Antes de continuar, cabe recordar que las revoluciones se hacen siempre al calor del fervor, de la exaltación, del fanatismo revolucionario. No existe revolución sin un clima revolucionario. Es lo que el pensador y líder católico Plinio Corrêa de Oliveira llama “factores pasionales” o “tendenciales”.

En este sentido, yo sostengo que el aspecto más siniestro de la dictadura filocomunista de Juan Velasco Alvarado fue el clima de odio social y de lucha de clases que inoculó en nuestro país, sintetizada en esa frase, repetida incluso en las plazas: “Con picos y palas romperemos las cadenas y con los huesos de los ricos haremos sendas quenas”. Odio martillado por el mismo Velasco cuando proclamaba: “¡Campesino! ¡El patrón no comerá más del sudor de tu frente!”

Merece, por lo tanto, particular atención la frecuencia con que, en aquel entonces, afloraba un prejuicio pasional, un verdadero “complejo”, contra el propietario rural y contra el mismo derecho de propiedad. Duele decirlo, pero este “complejo” afectaba incluso a no pocos propietarios, al punto de hacerlos dudar del propio derecho sobre sus haciendas, de su propia autoridad sobre sus campesinos, de su utilidad para la sociedad peruana. Creo que esto explica, al menos en parte, la total falta de reacción de parte de la clase propietaria. Había una especie de “parálisis psicológica”, en parte fruto de la propaganda.

Eliminar la propiedad privada

Veamos ahora en qué consiste esta Revolución.

En su libro «El Origen de la Propiedad, de la Familia y del Estado», Friedrich Engels explica que la raíz de todo mal en la sociedad es la noción de “yo”, y por lo tanto de “mío”. En otras palabras, la propiedad privada sería el verdadero “pecado original”: propiedad privada de los medios de producción (capitalismo), propiedad privada de las mujeres (familia), propiedad privada de la autoridad (Estado). La propiedad privada sería la “alienación” fundamental, de la cual nacen todas las otras.

Por eso, en el «Manifiesto Comunista» Marx y Engels escriben: “Si tenemos que resumir el comunismo, es la eliminación de la propiedad privada”.

La propiedad privada es un derecho de origen natural y divino. El Magisterio de la Iglesia ha enseñado siempre este derecho en su doctrina social.

Todo ser vivo es dotado por Dios de un conjunto de necesidades y de aptitudes que están colocados entre sí en una íntima y natural correlación. El hombre se distingue de los otros seres visibles por tener un alma espiritual dotada de inteligencia y de voluntad. Por el principio de correlación, la inteligencia sirve al hombre para conocer sus necesidades y saber cómo satisfacerlas. Y la voluntad le sirve para querer y hacer lo necesario para sí. Está, pues, en la naturaleza humana conocer y escoger lo que le conviene. Ahora bien, estas facultades no serían útiles al hombre si no pudiera establecer un nexo entre sí y aquello que necesita. ¿De qué le serviría, por ejemplo, al habitante del litoral saber que en el mar existen peces, cómo se pescan, tener una voluntad firme de enfrentar las olas y efectuar la pesca, si no pudiera formar un nexo con el pez pescado, de forma que pueda traerlo a la tierra y disponer de él, para su alimento? Ese nexo se llama apropiación. El pescador se torna propietario del pez. Este derecho de propiedad resulta de su naturaleza de ser inteligente y libre.

Es por eso que la propiedad privada es un derecho natural primario.

De otro lado, dos mandamientos de la Ley de Dios son dedicados al derecho de propiedad: el 7º y el 10º. Por lo tanto, se trata también de un derecho divino positivo.

Como dije, la Iglesia ha siempre enseñado el derecho de propiedad. Cito apenas al Papa Pío XI: “La propia naturaleza exige la repartición de los bienes en dominios particulares, precisamente a fin de que las cosas creadas sirvan al bien común de modo ordenado y constante”. [12]

Una primera meta revolucionaria de la Reforma Agraria es, justamente, liquidar la propiedad privada. Al contrario, para los católicos es un deber moral, de la más alta importancia, defender este derecho natural y divino.

Eliminar las jerarquías

Un segundo punto que tenemos que tomar en consideración es el problema de las jerarquías sociales, fundamento de toda sociedad orgánica.

Santo Tomás enseña que la diversidad de las criaturas y su escalonamiento jerárquico son un bien en sí, pues así resplandecen mejor en la creación las perfecciones del Creador. Y dice que tanto entre los Ángeles como entre los hombres, en el Paraíso Terrenal como en esta tierra de exilio, la Providencia instituyó la desigualdad. Por eso, un universo de criaturas iguales sería un mundo en que se habría eliminado, en toda la medida de lo posible, la semejanza entre criaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad es, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza entre el Creador y la creación, es odiar a Dios. [13]

En cuanto al Magisterio social de la Iglesia, es realmente embarazoso de escoger, tantos son los textos. Me limito al Papa San Pío X, repitiendo enseñanzas de León XIII, el fundador de la doctrina social de la Iglesia: “La Sociedad humana, como la ha establecido Dios, es compuesta de elementos desiguales, como desiguales son los miembros del cuerpo humano. Hacerlos iguales es imposible y provocaría la destrucción de la misma sociedad. La igualdad de los varios miembros del cuerpo social consiste solo en que todos los hombres se originan de Dios Creador, han sido redimidos por Jesucristo, y, en base a sus méritos y a sus deméritos, serán igualmente juzgados y, o premiados o castigados”. [14]

Un campo donde las jerarquías sociales se hacen sentir en modo particular es, justamente, en las haciendas, donde las relaciones patrón-campesino recuerdan las relaciones feudales del señor con sus vasallos. No es coincidencia que todos los estudiosos de la Reforma Agraria incluyen en sus análisis la descripción del tejido social tradicional. Algunos para alabarlo, otros para denigrarlo.

Es interesante notar que, si los comunistas odian las jerarquías industriales (patrón-obrero), odian mucho más aquellas en el campo. De hecho Engels elogiaba la revolución industrial, porque destruía la sociedad feudal: “Así pues, ¡proseguid con ánimo vuestra lucha excelentísimos señores del capital! Hoy por hoy nos hacéis falta. En algunos sitios precisamos incluso de vuestro dominio. Habéis de retirar de nuestro camino los restos del Medioevo y la monarquía absoluta. Habéis de eliminar las reminiscencias de la época patriarcal, llevar a cabo la centralización y convertir a las clases más o menos desposeídas en verdaderos proletarios, nuestros reclutas. Con la ayuda de vuestras fábricas y vuestros vínculos comerciales debéis crear para nosotros la base de los recursos materiales de los que precisa el proletariado para su emancipación”. [15]

¿Y ahora?

La Reforma Agraria del Perú cumple ahora 50 años.

El 18 de julio de 1983, con la Ley 23654, el presidente Fernando Belaunde Terry derogó a Ley de Reforma Agraria, que en todo caso continuó a tener vigencia pues había sido integrada en la Constitución de 1979.

La Constitución de 1979 la había consagrado como ley fundamental del Estado. Esta había sido promulgada por una Asamblea Constituyente que, a mi parecer, era ilegítima porque no era soberana, sino condicionada por la dictadura militar. El mismo presidente Fernando Belaunde Terry no quiso que su partido, Acción Popular, participara en la contienda electoral de 1978 al no estar de acuerdo con que el gobierno pretendiese «parametrar» a la Asamblea, condicionando su funcionamiento con la institucionalización de las reformas revolucionarias.

Con gran sufrimiento, esta Constitución fue sustituida por la de 1993. Y el Perú despegó. No sin cuestiones de fondo aún no resueltas, como por ejemplo la deuda agraria y el pago de los bonos. Cuestiones que se arrastran hasta nuestros días.

Hoy nos encontramos ante una nueva Revolución, aquella cultural, hija y heredera de la revolución comunista. Gracias a Dios, hoy se ven reacciones que en aquella época brillaron por su ausencia. Y esto nos da alegría.

Terminamos con un llamado a las élites para que asuman su responsabilidad.





La Conferencia puede ser vista en el siguiente video:



[1Enrique MAYER, “Cuentos feos de la reforma agraria peruana”, CEPES, Lima, 2009, p. 29.

[2Fernando EGUREN, “Reforma Agraria y Desarrollo Rural en el Perú”, CEPES, Lima, 2006.

[3Antonio ZAPATA, ¿Ha fracasado la reforma agraria?, in “La República”, Lima, 26 agosto 2009.

[4José MATOS MAR y José Manuel MEJÍA, La reforma agraria en el Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima 1980, p. 338.

[5Francisco GRAZIANO NETO, Reforma Agraria de qualidade, in “O Estado de S. Paulo”, 17-4-2012.

[6Angela COUSIÑO VICUÑA y María Angélica OVALLE GANA, Reforma Agraria chilena. Testimonios de sus protagonistas, Memoriter, Santiago 2013.

[7Ver, por ejemplo, Peru: A Country Study, ed. Rex A. HUDSON, Library of Congress, Washington DC 1992. Sobre el fracaso de la Reforma Agraria en Colombia, véase El fracaso de las reformas agrarias en la Alianza Para el Progreso en Brasil 1964 y Colombia 1962 y las reconfiguraciones en las estructuras agrarias, "Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea", Año 3, Nº 5, Córdoba, Diciembre de 2016. ISSN 2250-7264, 105.

[8Eric HOBSBAWM, Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires, 1999, pp. 356-357, cit. in Angela COUSIÑO VICUÑA y María Angélica OVALLE GANA, Reforma Agraria chilena. Testimonios de sus protagonistas, Memoriter, Santiago 2013, pp. 75-76.

[9Cit. in ibid. p. 89.

[10Wolfang LEONHARD, Die Dreispaltung des Marxismus, Econ Verlag, Viena 1975, p. 59.

[11Investigación Económica, UNAM, México, Vol. 43, No. 169, julio-septiembre 1984, pp. 105-136.

[12PÍO XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 196.

[13Cfr. Suma Contra Gentiles, II, 45; Suma Teológica, I, q. 47, a. 2.

[14S. PÍO X, Motu Proprio Fin Dalla Prima, del 18 de diciembre de 1903, nn. 1-3.

[15Karl MARX y Friedrich ENGELS, Obras Completas, vol. XV, pp. 469-470, cit. en Yuri KORIOLOV, Carlos Marx y América Latina, “América Latina”, Moscú, n. 10 (70), octubre 1983, p. 10.





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