El verdadero reto de Giorgia Meloni

Por Julio Loredo

El centro-derecha liderado por Giorgia Meloni ha ganado las elecciones italianas con un discurso de rechazo a la Revolución omnipresente. El pueblo italiano tiene la esperanza de que se aplique a cumplir con responsabilidad la misión que le ha encomendado.

Tal y como preveí­an los sondeos, el centro-derecha liderado por Giorgia Meloni ha ganado las elecciones italianas. A estas alturas ella tiene una mayorí­a suficiente para formar un gobierno estable. Si se sigue la lógica democrática, Giorgia Meloni deberí­a ser la próxima Primera Ministra de su nación. Con ella, llegarí­a al poder un Salvini electoralmente debilitado pero aún fuerte, y un Silvio Berlusconi que aportarí­a su pequeña pero importante cuota de apoyo. Es ahora cuando comienza la gran aventura: ¿podrá Meloni transformar un centro-derecha de oposición en un centro-derecha de gobierno? Esto dependerá de que, mirando más allá de las bagatelas de la micropolí­tica, los estrategas del centro-derecha sean capaces de ver el panorama general, la situación de fondo. ¿Cuál es esta situación?

En polí­tica, no importa tanto quién es el candidato como lo que representa. Por muy admirables que sean las cualidades personales de la Sra. Meloni, a un analista le interesa más entender qué movimiento de opinión pública está asumiendo. Son estos movimientos los que determinan el camino que seguirá el paí­s en un futuro próximo.

Desde hace años, una reacción profunda y poderosa ”una mezcla de corazón, cerebro y estómago” se ha gestado en Italia contra el cariz que están tomando los acontecimientos. Hemos hablado de ello varias veces. Ya en 2001, analizando la reacción de los italianos a los trágicos acontecimientos de ese año (derrumbe de las Torres Gemelas, guerrilla del Black Block en Génova), escribimos: “Vemos la formación de dos bloques, separados por fisuras mucho más pronunciadas en profundidad de lo que parecen en la superficie. Con el paso del tiempo, estas fisuras tenderán sin duda a ampliarse”  [1].

Desde entonces, estas fisuras, de hecho, se han ampliado. Mientras que los revolucionarios han proseguido impávidos y siempre más audaces, impulsados por los poderes fuertes y la propaganda, por otro lado los que, por tradición o convicción, se oponen a la deriva izquierdista han ido despertando poco a poco, hasta formar un bloque que a nosotros nos parece que se consolida y crece. No son, o al menos no todaví­a, propiamente contrarrevolucionarios, es decir, personas que reaccionan contra la Revolución de forma integral aspirando a su contrario. Tal vez algunos estén incluso tentados de hacer la “revolución contraria” , como decí­a De Maistre. En su mayorí­a, son personas que, al darse cuenta de que el tren de la Revolución va demasiado rápido y hacia direcciones desconocidas, se han bajado en la primera estación, y se preguntan si deben continuar el viaje. Eso sí­: no están (por ahora) tomando un tren de vuelta, pero ya no están en el Tren Rápido de la Revolución.

Escribí­ en 2001: “He aquí­ la gran noticia: el creciente giro de una minorí­a hasta ahora inerte hacia actitudes, si no de oposición activa a la Revolución, al menos de no aceptación de sus manifestaciones más extremistas. ¿Hasta dónde llegará este cambio? Es una de las grandes incógnitas del futuro inmediato” .

Pues bien, hoy podemos decir que este cambio se ha acentuado enormemente. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que favorece la inmigración salvaje, con la clara intención de crear una sociedad “multicultural” que borre la identidad católica, europea e italiana. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que quiere destruir la familia como institución natural y célula madre de la sociedad. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que desprecia la vida humana, matándola en el útero y en la vejez. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que quiere imponer la agenda LGBT, las “uniones civiles” homosexuales, la educación de la “diversidad sexual” en las escuelas, etc. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que nos ha empujado a la Unión Europea y al euro, que han demostrado ser cada vez más una jaula que un trampolí­n. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que quiere eliminar los sí­mbolos religiosos de los lugares públicos, en nombre de una visión laica, incluso laicista, de las naciones. Se ha acentuado como reacción a una izquierda que, en nombre del ecologismo radical, está destruyendo los cimientos de nuestra economí­a. La lista podrí­a continuar.

El cambio también se ha intensificado como reacción a una clase polí­tica que durante muchos años no ha permitido a los italianos expresarse en las urnas, constituyendo en la práctica una “casta” que poco o nada tiene que ver con el bienestar del paí­s. Las elecciones de 2018, ganadas por los dos partidos “antisistema” , Lega y M5S, fueron un claro indicio de la tendencia de la opinión pública. Pues bien, ha bastado la enésima crisis de gobierno para que el sistema recupere el protagonismo y nombre a uno de ellos, Mario Draghi, como presidente, con el apoyo de todas las fuerzas polí­ticas, con la conspicua excepción de Giorgia Meloni, que ahora recoge los frutos de esa opción.

A este ritmo, manteniendo el timón casi siempre recto, la lí­der de Fratelli d”Italia se ha encontrado casi sola representando la reacción antirrevolucionaria. Su votación ha subido explosivamente desde el 1,96% de 2013 hasta el 26,2% actual, abriéndole de par en par las puertas del Palazzo Chigi.

Así­ lo ven los analistas internacionales. Por mencionar sólo dos: advirtiendo a sus lectores contra una posible victoria del centro-derecha, “Le Monde” declara que Meloni es peligrosa “porque defiende la Tradición, la Familia y los valores sociales”  [2]. “Il Riformista” , órgano de la extrema izquierda italiana, piensa de forma similar: “Si los asesores de Giorgia Meloni estuvieran un poco atentos, deberí­an saber que [su lema] ”Dios, Patria, Familia”, a los oí­dos del Papa Francisco, suena muy conocido. Porque es afí­n a esa ”Tradición, Familia, Propiedad” en nombre de la cual, en América Latina, se llevaron a cabo masacres de campesinos indefensos, culpables sólo de no querer morir de hambre. Y el inventor, Plinio Corrêa, ha reunido bajo esta bandera a grupos tradicionalistas que Jorge Mario Bergoglio conoce muy bien”  [3].

Dejemos caer en el vací­o las calumnias groseras e infundadas sobre supuestas “masacres de campesinos indefensos” . Sólo deduzco que la izquierda cree que Giorgia Meloni representa los ideales de Tradición, Familia y Propiedad. ¿Será este el caso? Repito lo dicho anteriormente: en polí­tica, no importa tanto quién es el candidato como lo que representa. Por muy admirables que sean las cualidades personales de Meloni, a un analista le interesa más entender qué movimiento de opinión pública está representando y cómo lo liderará en un futuro próximo.

Y aquí­ llegamos al quid de la cuestión. Los estrategas del centro-derecha tendrán que hacerse esta pregunta. Tienen ante sí­ una elección que condicionará la historia de nuestro paí­s durante muchos años. ¿Sabrán ir más allá de las bagatelas de la micropolí­tica y comprender que los italianos han confiado al centro-derecha no sólo la tarea de gobernar sino, más profundamente, la misión histórica de poner un freno, al menos parcial, a la Revolución? ¿Serán capaces de poner en marcha un programa de gobierno que traduzca realmente los anhelos de este creciente segmento reactivo de la opinión pública?

¿Sabrán, por ejemplo, defender los valores morales, basados en la ley natural y en el Magisterio de la Iglesia? ¿Sabrán proteger la identidad cristiana y europea? ¿Sabrán defender la familia y la vida humana inocente? ¿Sabrán defender a los niños y jóvenes de la propaganda LGBT en las escuelas? ¿Sabrán anteponer una verdadera reacción a la revolución cultural de la izquierda? En otras palabras, ¿harán un gobierno que se limite a administrar los asuntos públicos, quizá con algunos retoques cosméticos, o un gobierno que proponga ideas y valores básicos?

De la respuesta a estas preguntas dependerá también la capacidad de resiliencia del gobierno. Déjeme explicarle, estimado lector.

Giorgia Meloni tiene un evidente talón de Aquiles. Según los sondeos, su partido tiene un “voto estructural” de sólo el 19%, frente a un “voto personal” del 81%. Es decir, entre los votantes del FdI, el 81% vota por Meloni, mientras que sólo el 19% vota por el programa del partido [4]. Ahora bien, el carisma de un lí­der va y viene como una pluma al viento. Lo que queda son las ideas y los valores. Si el centro-derecha basa su futuro gobierno únicamente en el carisma de Meloni, corre el riesgo de volver a ser oposición en poco tiempo. Sobre todo porque el centro-izquierda siempre podrá contar con un voto estructural de hasta el 74%.

Por el contrario, en la medida en que, cumpliendo la misión que le ha encomendado el pueblo italiano, el centro-derecha sepa proponer una alternativa válida a la Revolución, construirá una base sólida que le permitirá capear las tormentas que seguramente vendrán. Y siempre podrá contar con el apoyo de este segmento de la opinión pública que, creciendo y consolidándose en el tiempo, ha permitido esta bonita victoria del domingo 25 de setiembre.

Expresivo discurso de Giorgia Meloni en un evento del partido Vox, en España







[1De Génova a las Torres Gemelas, en “Tradition Family Property” , Pensilvania, noviembre de 2001; también https://www.atfp.it/rivista-tfp/2001/313-ottobre-2001/2002-da-genova-alle-twin-towers

[3Fabrizio MASTROFINI, Meloni busca orillas en el Vaticano pero fracasa: se encuentra con el enemigo de Francisco, el cardenal Sarah, “Il Riformista” , 22 de setiembre de 2022.

[4Antonio POLITO, La fuerza del partido o el carisma del lí­der, “Corriere della Sera” , 24 de septiembre de 2022.





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