Nicolás de Ayllón: el extraordinario "Indio Santo" peruano

Alejandro Ezcurra Naón

La sublime paradoja de un sastre indígena que, siendo simple laico, fundó en Lima una casa religiosa para españolas pobres, sobresalió por su caridad, recibió luces proféticas y murió en olor de santidad.

Con demasiada frecuencia la palabra "indigenismo" significa la exaltación de las sociedades primitivas y hasta salvajes, al gusto de cierta izquierda neomarxista que, a través de la revolución cultural,busca llevarnos hacia un comunismo neotribal y anárquico.

Hay sin embargo un indigenismo verdadero, que nace del aprecio por las cualidades y talentos propios de las razas aborígenes, las cuales, cuando se dejan modelar por el espíritu de la Iglesia, dan frutos admirables de fe y civilización. Ejemplo de esto son los numerosos indígenas que, en toda América Latina, fueron auténticos modelos de vida y santidad. Entre ellos sobresale en el Perú el siervo de Dios Nicolás de Ayllón, que ya en vida era conocido como "Nicolás de Dios" o "el Indio Santo".

Un niño aborigen predestinado

En el siglo XVII los Padres franciscanos habían establecido en el valle de Llampallec —actual Lambayeque— la doctrina de Chiclayo, que en poco tiempo se convirtió en próspero pueblo de indios moches. Allí nacía el 4 de marzo de 1632 Nicolás, el menor de siete hijos del matrimonio del indio noble don Rodrigo Puycón o Pulcón con doña Francisca Faxollem. De excelente índole, a la edad de ocho años el pequeño fue entregado a la tutela del religioso franciscano P. Fray Juan de Ayllón.

Dos años después, éste debió trasladarse a Lima junto con otros religiosos, y llevó consigo a Nicolás. Era verano, época de lluvias, y el río Santa estaba muy crecido; pero la comitiva decidió arriesgar el cruce. Las cabalgaduras de los religiosos consiguieron atravesar, pero la mula de carga sobre la cual montaba el pequeño Nicolás perdió pie y comenzó a ser arrastrada por la corriente. En ese momento, relata el P. Vargas Ugarte, "sin saber cómo, una mano poderosa lo condujo sano y salvo hasta la orilla con admiración de todos": claro indicio de la predilección de Dios por aquel niño.

El caritativo devoto de la Inmaculada

En el convento de San Francisco Nicolás permaneció seis años, ocupado entre el servicio de su tutor—de quien tomaría el apellido—, las faenas de la casa, la oración y el estudio. Ya en esa época se manifiesta precozmente la caridad que lo distinguiría. Por ejemplo, se privaba de una parte de su ración diaria para dársela a los pobres,y soportaba con invariable paciencia cualquier maltrato que recibiera.

Al ser destinado el P. Ayllóna una misión lejos de Lima, Nicolás opta por dejar el convento. Tenía dieciséis años. Aprendió entonces el oficio de sastre, con un reputado maestro limeño. Rápidamente se ganó fama de excelente costurero; con sus primeros salarios encomendó un cuadro de la Inmaculada Concepción, devoción que le inculcaron los franciscanos y que cultivó toda su vida. Y en los días de fiesta acudía al hospital de Santa Ana, fundado por el Arzobispo Loaiza para enfermos indígenas, para prestar a los pacientes toda especie de servicios.

Maestro sastre a los 21 años, a los 24 Nicolás abrió su propia sastrería. Allí entronizó su querido cuadro de la Purísima, objeto de un pintoresco episodio que retrata bien el ambiente limeño de aquel tiempo. Continuaba intensa en la Iglesia la discusión teológicasobre la Inmaculada Concepción, iniciada varios siglos antes. Algunas órdenes religiosas como los franciscanos y los jesuitas defendían con calor su definición, mientras que otras como los Dominicos aún la cuestionaban, con argumentos de peso. Así las cosas, el 8 de diciembre de 1661 el Papa Alejandro VII emitió el breve Sollicitudo omnium Ecclesiarum, declarando a María "inmune de la mancha del pecado original desde el primer instante de su creación". Era un paso decisivo rumbo a la definición del dogma, ocurrida dos siglos después (1854). Cuando el texto llegó a Lima, un grupo de alumnos del Colegio de los jesuitas salió a celebrarlo por las calles, entonando la copla

Todo el mundo en general,

a voces, Reina escogida,

diga que sois concebida

sin pecado original,

y otras similares. La bulliciosa comitiva paseó por varias iglesias —el Milagro, San Pablo, Santo Domingo (desde donde hasta les arrojaron piedras...)— y muchas personas se les fueron incorporando. Como anochecía, algunos fieles comenzaron a distribuir velas a la multitud, que ya no era pequeña. En camino hacia La Merced les tocó pasar frente a la tienda del piadoso Nicolás, quien contagiado del regocijo de los participantes, les ofreció su cuadro de la Inmaculada para llevarlo en triunfo. Se formó entonces una improvisada procesión nocturna, y al pasar frente al Palacio Arzobispal, el propio Arzobispo Villagómez salió a darles la bendición desde el balcón, mientras repicaban las campanas de la Catedral. ¡Tal era la atmósfera religiosa que impregnaba la feliz Lima de la época!

Tras la conversión, se define la misión

Sin embargo, la vida de Nicolás no era del todo edificante, y se vio envuelto en una relación irregularcon una joven. Pero la gracia de Dios pudo más que su fragilidad, y en cierto momento tuvo una radical conversión. Tomó como director de conciencia al P. Cristóbal Bravo y, próximo a cumplir 29 años, se casó con la joven mestiza Jacinta Montoya, de 16 años, recomendada por un importante cliente y amigo, don Francisco de Arteaga y por su esposa, doña Catalina Carvajal. En los primeros años de matrimonio Nicolás debió empeñarse para corregir cierta tendencia de su mujer a la frivolidad. Y lo logró a fuerza de emplear sus excelentes cualidadesde trato, inclinándola a la práctica de las virtudes cristianas y al apostolado, del cual ella se convertiría en su eficaz colaboradora.

Llevaba una vida sobria y austera, lo que le permitió formar un buen patrimonio con el fruto de sus apreciados trabajos. Caritativo en extremo, muchas veces había hospedado en su casa a personas necesitadas, y en cuanto tuvo posibilidad adquirió una casa mucho más amplia donde, con la colaboración de su esposa fundó una obra para abrigar y dar adecuada formación a doce jóvenes españolas empobrecidas; hecho inédito tratándose de un indígena. La denominó "Casa de Jesús, María y José". Allí construyó dos oratorios, uno para su cuadro de la Purísima y otro para el Crucificado, y en el patio principal hizo pintar las estaciones del Vía Crucis, que todos los habitantes rezaban juntos tres veces a la semana.

Viendo a Dios en los pobres

Su caridad parecía no tener límites. Cada Domingo de Ramos lavaba los pies a trece pobres, a los que después sentaba en su mesa y servía en persona. En la fiesta de San José ofrecía un banquete para siete niños: uno en representación del Niño Jesús,otros tres representando a San José, San Joaquín y San Zacarías, y tres niñas representando a la Santísima Virgen, Santa Ana y Santa Isabel. Después de servirles les lavaba las manos, les besaba los pies y les entregaba una limosna. Los servía con tal amor y humildad, dice su confesor, que parecía "que no eran pobres los que tenía a su mesa sino que eran los mismos que representaban". "Yo de mí sé decir que las veces que lo vi y algunos sacerdotes que asistían... no podíamos contener las lágrimas".

Todos los sábados hacía dar pan a los pobres que acudiesen a su casa, y con el tiempo la costumbre se extendió a los otros días de la semana. Socorría también "con limosnas y con ropas" a propios y extraños, a mujeres necesitadas, a sacerdotes pobres,etc. El P. Bravo refiere haber visto, después de su muerte, a una multitud de pobres que entró en su casa "llorando su orfandad con la pérdida del Siervo de Dios, mostrando a voces y con ademanes las vestiduras con que abrigaba su desnudez".

Santificación e infatigable apostolado

Su piedad, vida interior y espíritu apostólico eran excepcionales. Fue dirigido espiritual, entre otros,del venerable P. Francisco del Castillo y del noble mercedario Fr. Juan de Vargas Machuca. Se levantaba antes del alba y hacía oración de las 4 a las 6 de la mañana. Después de distribuir los trabajos en la casa y en su taller, acudía a alguna iglesia a oír Misa y comulgar (tenía autorización para hacerlo diariamente, hecho rarísimo en la época), regresando a las 10 para continuar sus labores. Al mediodía, frugal almuerzo, y vuelta al trabajo hasta las 6,hora en que se retiraba a rezar o a entregarse a sus múltiples obras de caridad. A las 8 cenaba con su familia y después hacía lectura espiritual. Finalmente reunía a todos los de la casa para repasar el Catecismo y rezar un tercio del rosario. Cuando todos ya se habían ido a descansar, él rezaba los dos rosarios restantes, y en ciertos días también recorría el Vía Crucis y —algo inconcebible para el hedonismo moderno— se mortificaba con disciplinas.

Apóstol infatigable, promovió la creación en la iglesia de San Diego de la "Escuela de Cristo", similar a la creada por el P. del Castillo para nobles en la iglesia de Desamparados, con el fin desagraviar a Nuestro Señor crucificado. Hizo labrar allí un retablo, y donó un sitial de plata para la exposición del Santísimo Sacramento. Promovió innumerables formas de sufragios a las almas del Purgatorio en varias iglesiasde Lima, además de fundar una Cofradía de las Ánimas para sus hermanos de raza en Chiclayo. Ingresó a la Cofradía de indios de Nuestra Señora de la Consolación, en la iglesia de La Merced, de la cual pronto fue Mayordomo. Se empeñó en defender a los indígenas de Lima de atropellos y abusos, y a menudo los socorría económicamente.

Fue también asistido por dones proféticos. Una señora cuya familia era auxiliada por el Arzobispo de Chuquisaca Mons. Melchor de Liñán y Cisneros, se lamentó al Siervo de Dios del a extrema lejanía del prelado. Nicolás le respondió: —"Ya, señora, no se desconsuele, que el señor Arzobispo vendrá a serlo de Lima, y será todo su remedio". Ella, atónita, le dijo: "¡Qué más dicha querría yo! Pero lo tengo por imposible". A lo que el sastre agregó: "Así será, y el Señor Liñán y Cisneros será también Virrey". Como los presentes se rieran,simplemente añadió: "Allá lo verán". Pocos años después (1676) Mons.Liñán era designado Arzobispo de Lima y más tarde Virrey (1678-1681), cumpliéndose así la predicción.

Promesa de la Virgen y llamado de Dios

Contaba Nicolás 45 años cuando cierto día trajo a su casa un pequeño crucifijo, que dio a Jacinta, diciendo: "Guárdame este Santo Cristo que es el que me ha de acompañar a la hora de la muerte". A los pocos días, a comienzos de noviembre de 1677, al final de la cena hizo una inesperada arenga a su familia sobre cómo debemos estar preparados para comparecer ante Dios, y concluyó: "Yo por la misericordia de Dios... no tengo más que hacer, porque siempre procuro disponerme como si luego hubiera de dar cuenta a Dios, y así, cuando Él fuere servido de disponer de mi vida, aquí me tiene, cúmplase su santísima voluntad". Al día siguiente, 4 de noviembre, cayó repentinamente enfermo con escalofríos y fiebre alta persistente, que por momentos le hacía perder el conocimiento. La noticia se esparció por la ciudad, y grandes y pequeños acudían desolados a su casa. Pero el sábado 6, repentinamente lúcido y sereno, dictó a su esposa una comunicación para su confesor, el P. José Buendía S.J.: "Estando yo pidiendo por mi casa y por todas estas almas que en ella están, vino la Santísima Virgen, mi Señora la Purísima, llena de resplandores celestiales y acompañada de muchos Ángeles, y me dijo: Hijo, ven en paz que tu casa a mi cargo queda y se llamará la casa de Jesús, María y José". Esta promesa profética secumpliría al pie de la letra.

Al día siguiente, después de ser encomendada su alma y rodeado de la comunidad de Hermanos de San Juan de Dios que cantaban el Credo, expiró suavemente en paz.

El legado de Nicolás y el cumplimiento de la profecía

Sus funerales fueron una verdadera apoteosis. Durante tres días, todas las Ordenes religiosas de la ciudad y numerosas cofradías acudieron espontáneamente a cantarle responsos. El día del entierro, acompañado por una multitud, el cuerpo del humilde sastre indígena entró en San Diego escoltado por la guardia del Virrey y cargado por miembros de la Real Audiencia.

A las exequias del octavodía, ordenadas por el Cabildo, acudieron el Virrey Don Baltasar de la Cueva, conde de Castellar, la Audiencia y los regidores en pleno, además de muchos miembros de la Nobleza. Hubo posteriormente otras honras fúnebres en diversas iglesias de Lima, y también en Chiclayo.

El Proceso Apostólico que podría llevarlo a los altares, apoyado por el Arzobispo de Lima, por el propio rey de España Felipe V y la Sagrada Congregación de los Ritos, lamentablemente quedó trunco debido a defectos de información y a posibles imprecisiones doctrinales en algunos escritos de su esposa. Y con el tiempo terminó cayendoen un lamentable olvido, hasta que, gracias a la intervención del Arzobispadode Lima, recién el año pasado fue por fin reiniciado.

Entre tanto, la promesa profética que le hiciera la Virgen de proteger su fundación se cumplió por entero. Un año después de su muerte, la casa de Jesús, María y José ya contaba con Capilla. En 1713, a solicitud de su viuda y las demás internas, fue autorizada a adoptar la regla de las Clarisas capuchinas y convertirse en Monasterio, que subsiste hasta hoy. Y en 1720 quedó terminada la bella iglesia conventual, ornamento de Lima. Allí reposa Nicolás de Dios, admirable símbolo del indigenismo verdadero, que consiste en incorporar los aborígenes a la civilización cristiana, única en la cual todas sus cualidades florecen plenamente.











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