La Unión Europea se desinfla

¿Réquiem para el Euro?

Aunque dolorosa, la única solución para la actual crisis económica que devasta al continente europeo es el abandono del euro. La insistencia en la moneda única no tiene justificación, a no ser por motivos políticos e ideológicos.

Carlos Patricio del Campo*

La forma como Europa se presenta hoy al mundo se asemeja a un espectáculo de desorientados que perdieron la razón. Ante la creciente crisis, lo que predomina en el ambiente político europeo es la indecisión, la incertidumbre, la contradicción y la carencia de lógica, cuyo eco es difundido por los medios de comunicación mediante opiniones dispersas, incompletas y contradictorias, como si existiera un temor de señalar la realidad abierta y completamente.

El impasse

Digamos de paso que esta actitud es incomprensible, pues está en juego la propia supervivencia del proyecto de unión europea, tan acariciado por las cúpulas gubernamentales. Se imaginó construir una Europa unida, estructurada artificialmente según ciertas normas establecidas por una cúpula, con la colaboración del Parlamento y el Banco Central europeos, bajo la égida de un régimen de moneda única: el euro.

El fruto prometido de esta nueva Europa sería un salto adelante en el progreso y bienestar económico-social de las poblaciones de los 27 países miembros. Y esto sin necesidad de que, en sus aspectos básicos, tales países renuncien sus estructuras de gobierno individuales. Esta preservación de la independencia política y económica —aunque dentro de ciertos límites— tornó el proyecto presentable a la opinión pública.

Entretanto, el “talón de Aquiles” del proyecto está en esa independencia. En un régimen de moneda única, cualquier desajuste fiscal o monetario, o la existencia de algún tipo de rigidez en los precios y salarios —frutos de presiones políticas internas o de una gestión errada de la autoridad económica de un país miembro— afecta necesariamente y de forma directa su economía real, o sea, el nivel de empleo y renta. Y dependiendo del grado de ese desajuste, el país “enfermo” puede contagiar al conjunto. No existe la posibilidad de alteración de la tasa de cambio, que en estas situaciones podría actuar como una especie de amortiguador, disminuyendo las consecuencias negativas de aquellos desajustes en el empleo y en la renta del país afectado, evitando así el contagio.

En realidad, para un conglomerado de naciones, la vigencia de una moneda única, y la independencia de sus miembros en la decisión de temas económico-financieros, son términos de cierta manera contradictorios. Problema difícil de resolver, porque la renuncia a esa independencia en favor de un gobierno central parece ser una utopía irrealizable, sobre todo tratándose de países con larga tradición histórica y marcados por profundas y ricas diferencias culturales y de costumbres, como es el caso de las naciones europeas.

Ese es el verdadero impasse en que se encuentra hoy la Unión Europea. O sea: cómo salir de la crisis manteniendo la independencia política y económica de sus países miembros, especialmente en materias fiscales y monetarias.

La realidad de los hechos

Protestas en las calles de Atenas contra el plan de austeridad del gobierno griego

El primer país en entrar en crisis fue Grecia, en 2010, por incapacidad para pagar sus deudas. En este momento Portugal y España están en el orden del día, esto es, en la inminencia de una crisis en sus balanzas de pago. Algo similar se levanta en el horizonte con relación a Italia.

El denominador común de esas situaciones es la falta de disciplina fiscal, es decir, se gasta más de lo permitido, acumulando una deuda que, por su volumen, amenaza volverse incobrable.

La primera reacción del mercado es suspender nuevos préstamos y dificultar la renovación de los antiguos, generando así una explosión en los intereses a pagar. Y al final de este camino, se llega rápidamente a la quiebra.

Para evitar esa situación extrema, las naciones presionadas se ven obligadas a gastar menos — “ajustarse el cinturón” — provocando desempleo y caída de la renta. Y como consecuencia natural, el descontento de generaliza en la población con daños sociales y políticos previsibles.

Tal situación torna fácilmente vulnerables a los bancos acreedores, generando inestabilidad en todo el sistema financiero, especialmente el europeo. Para evitar el contagio, órganos financieros internacionales (Banco Central Europeo, FMI, etc.) corren en auxilio de los bancos acreedores comprando los títulos “podridos” de las naciones en crisis, los cuales están en posesión de esos bancos. Se intenta así salvarlos de una eventual bancarrota, asumiendo la deuda impagable. Al mismo tiempo, las autoridades centrales presionan a los países en dificultades a practicar una disciplina fiscal que equilibre los gastos con la hacienda pública. Buscan de ese modo crear condiciones para que en un plazo más o menos largo puedan pagar los títulos que quedaron en manos de esos órganos financieros internacionales.

¿Quién asume el costo de toda esta correría? El país o países que están en crisis. Y también el conjunto, y dentro de éste, especialmente los países más fuertes y disciplinados. En otros términos el perjuicio es general, con una distribución de la carga según las situaciones particulares y las negociaciones políticas.

Ante esta situación, es enteramente razonable que la población de los países más fuertes y disciplinados se pregunte por qué motivo ellos tengan que asumir una parte grande de este costo. Peor aún, ¿quién garantiza que, una vez resuelta la situación, no haya reincidencia? Son preguntas válidas y difíciles de responder.

La salida

El lector fácilmente nota que todo este costo político, social y económico surge, en último análisis, por causa de la tentativa de sostener al euro, la moneda única de la Unión Europea.

Por lo que hemos dicho hasta aquí, no parece difícil concluir que los países miembros de la Unión Europea están ante una alternativa: o renunciar a dirigir sus economías, o abandonar el euro. Renunciar a la dirección de sus economías significa, en grado no pequeño, renunciar a su propia independencia política. Ahora, gracias a Dios, tal camino es totalmente inaceptable para la mayoría de los europeos. Resta, por tanto, la hipótesis de abandonar la moneda única.

La salida no deja de ser dolorosa. Pero al menos se encamina en la dirección adecuada. Insistir en pseudo soluciones que no resuelven el problema de fondo no parece ser una actitud sapiencial. Sería como tomar una aspirina para curar el cáncer. El camino del progreso de Europa no pasa por el euro ni por cualquier otra moneda única. Bastan un mercado abierto a productos y recursos, y una política económica individual con estabilidad monetaria y fiscal. En ese ambiente, la variedad de méritos y cualidades que caracterizan a los pueblos europeos, fruto de antiguas tradiciones que aún sobreviven, relucirían con mayor esplendor, para encanto y provecho del mundo.

En esta situación, los países “indisciplinados” serían castigados por el mercado. Pero, de modo general, las salidas serían más suaves y sin peligro de un grave contagio. Insistir en la moneda única no tiene ningún fundamento económico de importancia relevante. En realidad, y principalmente, sólo se justifica en virtud de metas político-ideológicas.





(*) Master en Economía, Universidad de Berkeley. Miembro fundador de la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradicion Familia y Propiedad. Ha publicado varios libros de su especialidad para refutar los sofismas socialistas, difundidos por las TFPs de Brasil, Estados Unidos y Chile. Entre ellos se destaca Soy Católico - ¿Puedo ser contra la Reforma Agraria?, en colaboración con el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira







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Mensajes

  • Qué bien este artículo. Sigan publicando temas así, porque en materia noticiosa nuestra pobre prensa es cada vez más "llena de nada, vacía de todo". Lo único que no me quedó claro es cuáles son las metas político ideológicas del €uro, que se mencionan al final del artículo. ¿Podrían aclararme?

    • Conforme se desprende claramente del artículo, esas metas consisten en la constitución de un gobierno supranacional que absorba a todos los países europeos, sacrificando la independencia nacional de cada uno. Bloques similares se formarían en otros continentes, rumbo a la vieja utopía revolucionaria de la "república universal".

      Esta meta es ideológica, porque se opone diametralmente a la concepción católica del orden internacional, que es jerárquica: una familia de Estados soberanos, desiguales en territorio, en sus características propias, pero hermanados en la búsqueda del bien común. Esos bloques supranacionales son artificiales y pretenden fundir todos los pueblos y naciones en un magma igualitario.

  • Interesante articulo ustedes se preocupan por Europa que bueno, sería acertado si publicaran además sobre la situacion económica en América Latina o en África continentes de población mayormente no blanca y que tienen serios problemas económicos, políticos y sociales y que no es tratada por los medios de comunicación con el mismo énfasis que esta crisis europea y asi vemos el mundo de una forma más integral...que sigan los exitos...

    Luis

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