BALANCE ESPERANZADOR

El impacto de la visita papal a Colombia

Eugenio Trujillo Villegas (*)

El Papa Francisco ha terminado su visita de cinco días a Colombia y el impacto en el País de tan magno evento ha sido muy importante. Con seguridad, sus amplias repercusiones se harán notar en el futuro inmediato. En los próximos días se harán análisis y consideraciones de todo orden sobre cada uno de los discursos pronunciados, de los eventos organizados, y también acerca del recibimiento que esta nación profundamente católica le dio al Romano Pontífice.

Entre las muchas consideraciones que se podrían hacer, dos de ellas me parecen de la mayor importancia. Una, el muy complicado tema del Acuerdo de paz firmado entre el gobierno del Presidente Santos y las FARC, al cual el Papa no se refirió para nada en forma directa. Y la otra, la impresionante manifestación de catolicidad del pueblo colombiano.

Silencio sobre los controvertidos acuerdos de paz

En cuanto a la primera, acerca de los Acuerdos con las FARC, es bueno recordar que el motivo inicial de la visita de Francisco era bendecir dichos acuerdos, pues el Gobierno necesitaba conseguir el apoyo y el respaldo de una persona con el poder y la influencia del Papa, para inducir al público a aceptarlos. Desde que empezó el proceso de paz, un sector muy importante de la opinión pública se negó a aceptar las bondades de la supuesta pacificación, y se mantuvo en una actitud de resistencia y de rechazo frente a las capitulaciones del Estado ante las exigencias de la guerrilla marxista.

Cuando se anunció la visita del Papa a Colombia hace un año atrás, el objetivo evidente de los organizadores era aprovechar su presencia para que bendijera los Acuerdos, despejando las dudas que muchos tenían, y así convencer a la mayoría católica del País para que aceptase el proceso de paz. Y fue bajo esta óptica que se trabajó durante un año entero, tanto desde el Gobierno como desde la diplomacia Vaticana, para que la visita papal fuera el broche de oro de este proceso.

Sin embargo, durante todo el tiempo que duraron los preparativos, algo fundamental se fue transformando lentamente a lo largo y ancho de la nación colombiana. Surgió inesperadamente una profunda y categórica actitud de rechazo de la mayoría de los colombianos hacia el Acuerdo de paz, que se evidenció con el resultado a favor del NO en el plebiscito del año pasado, y que desde entonces no ha hecho sino aumentar. A ese descontento se fue sumando también la desastrosa gestión del presidente Santos.

En estas circunstancias, pretender que el Papa Francisco mencionara dichos Acuerdos en sus discursos, e invitara a los fieles católicos a aceptarlos, era más o menos como incursionar por el medio de un campo minado, exactamente igual a los que ha sembrado las FARC por todo el territorio de Colombia. Ese peligro podría convertir la augusta visita en una auténtica explosión de indignación popular, pues con seguridad la mayoría de los millones de fieles devotos que acompañaron al Papa en sus discursos y desplazamientos, no querían escuchar de Su Santidad ninguna palabra de claudicación ante las FARC.

La prueba de ello es que en cada una de las apariciones del Presidente Santos durante la visita papal, fue abucheado por la multitud, en presencia del Papa Francisco. Tanto que para evitar situaciones desafortunadas, el Presidente se abstuvo de asistir a las misas y a los eventos masivos. Y cada vez que apareció ante el público al lado del Papa, en eventos menos concurridos, fue insultado y rechazado. Este termómetro de la opinión colombiana evidentemente fue percibido anticipadamente por la hábil diplomacia vaticana, de lejos la más sutil y eficiente del mundo, de tal forma que el tema en cuestión fue retirado de todos los pronunciamientos papales. Absolutamente nada se dijo sobre los Acuerdos, y las referencias indirectas al tema se centraron exclusivamente en el perdón y la reconciliación, ante el nuevo escenario en que se encuentra el País.

El sorprendente vigor del catolicismo colombiano

La otra consideración que nos deja la visita, es el reconocimiento de que en medio de la gran crisis de valores que se vive en todo el mundo occidental, y de la cual Colombia no es ajena en absoluto, aún el país conserva una maravillosa y vital fibra católica. A pesar de la crisis de autodemolición promovida por algunos dentro de la misma Iglesia Católica, y del derrumbe de los valores morales y religiosos de todas las naciones de Occidente, en lo más profundo del pueblo colombiano se mantienen vigentes una gran devoción y respeto por la Santísima Virgen, por la Iglesia, por el Papado y por los valores católicos.

Paradójicamente, el desastroso gobierno que todos los días pisotea los valores católicos, fue el gran artífice de la venida del papa. Pero que nadie crea que lo hizo para que la presencia del Pontífice restaure nuestros valores religiosos, pues justamente es el Ministerio de Salud el gran propagador del aborto, de la eutanasia y de las políticas de esterilización y anticoncepción. Y también, es el Ministerio de Educación el gran propagador de la Ideología de Género y de la causa homosexual. Lejos, muy lejos, está el actual Gobierno de Colombia de poner en práctica políticas públicas de inspiración católica.

Y sin embargo, ¡oh sorpresa!, fue de tal magnitud la manifestación católica de la población colombiana, que aquellos que creían que la Fe iba rumbo a su desaparición forzada, se encontraron con una realidad totalmente opuesta. Lo que apareció en todos los eventos y recorridos del Papa Francisco fue una Fe vigorosa, una devoción enorme por el papado, y un profundo respeto por la Iglesia.

El mismo Papa Francisco expresó la interpretación más adecuada y precisa, en la conferencia de prensa que dio en el avión de regreso a Roma. Con sus propias palabras, dijo lo siguiente sobre Colombia: “Un pueblo que no teme a expresar cómo se siente, ni de sentir o de mostrar lo que siente. Esta es la tercera o cuarta vez que visitaba Colombia, no lo recuerdo bien, pero no conocía a la Colombia profunda, la Colombia que se ve en las calles. Y agradezco el testimonio de alegría, de esperanza y de paciencia en el sufrimiento de este pueblo que me ha ayudado tanto” (El Tiempo, septiembre 11 de 2017).

O sea, Colombia es una nación que se mantiene católica y mariana a pesar de todas las decadencias, las crisis destructoras y las malas influencias que transmiten la mayoría de sus líderes políticos y religiosos. Y que en medio de la crisis mundial que vivimos, aún se podrían restaurar los valores más profundos, así como se restauró el cuadro de la Virgen de Chiquinquirá, Patrona de Colombia, que después de haberse borrado casi por completo de la tela donde se había pintado, milagrosamente recuperó el esplendor perdido y volvió a quedar reluciente, gracias a las oraciones y súplicas de una devota mujer.

Ese milagro que aconteció con un cuadro, puede operarse también con una nación entera. Dios quiera que sea una de las consecuencias de la visita a Colombia del Papa Francisco.


(*) Director de la Sociedad Colombiana Tradición y Acción









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