Carlomagno y la aspiración popular a un gobernante perfecto

Nos dice J. B. Weiss en su Historia Universal que "con razón a Carlos se le llamó Magno. Mereció ese nombre como general y conquistador, como ordenador y legislador de su inmenso imperio y como incentivador de toda la vida espiritual del Occidente. Mediante su gobierno, las ideas cristianas alcanzaron victorias sobre los bárbaros. Su vida fue una constante lucha contra la grosería y la barbarie, que amenazaban la Religión Católica y la nueva cultura que nacía. (...) Es el modelo de los emperadores católicos, el prototipo del caballero y la figura central de la gran mayoría de canciones de gesta medievales".

En su célebre retrato de Carlomagno, Durero logró reflejar un modelo de rey sabio, justo, amante de Dios y de su pueblo: un gobernante perfecto.

Su "imperialidad" entusiasma, de tal manera que ha sido idealizado por el pueblo y por las artes, tejiéndose muchas leyendas en las que se le muestra siempre sabio, valiente, justo y preocupado por la salvación eterna de sus súbditos.

Destacó también por ser un gran difusor de la cultura. De sus múltiples facetas, ¿podríamos considerar alguna como la más admirable? Como comentó alguna vez el Prof. Plinio Correa de Oliveira, en una reunión de la TFP brasileña, "estas cualidades forman un todo que lo representa. Una totalidad que hizo que los nombres ’Carlos’ y ’Magno’ adquirieran el sonido de la plata y el bronce, que resuena a través de los siglos. Este es el unum de Carlomagno, que es mucho mayor que la suma de esas cualidades"; "el todo es más bello que las partes".

Encontramos una muestra de idealización admirativa en las palabras que Eginardo, su biógrafo, pone en boca de un franco traidor que se alió al rey lombardo Desiderio: "Cuando veáis los campos erizados por una cosecha de hierro, y el Po y el Ticino, desbordados por los flujos del mar, sumergiendo las murallas de la ciudad con olas de hierro, entonces Carlos estará cerca". Y añade Eginardo: “Entonces se vio al férreo Carlos, que tenía la cabeza cubierta por un yelmo de hierro, los brazos revestidos por brazales de hierro. En la mano izquierda llevava su férrea lanza, y en la derecha su espada de acero, siempre victoriosa. Los músculos estaban cubiertos por escamas de hierro y el escudo era también de hierro. Entonces resonó un grito de dolor de todos los habitantes de Pavía: ‘¡Oh, el Férreo! ¡Oh, el Férreo!’”.

En la Canción de Roldán encontramos al virtuoso Rey tan sobrenaturalizado, que obtiene de Dios el milagro de que el Sol se detenga, a fin de alcanzar, antes de que oscurezca, a los sarracenos que dieron muerte a sus doce pares en Roncesvalles.

"Imaginaciones tontas", pensarán algunos lectores embebidos de pragmatismo, de materialismo o algún otro de esos "ismos" que vuelven miope el alma. Imaginaciones que, en realidad, revelan una aspiración por una sociedad más elevada y sacral. Muestran, por ejemplo, el deseo de tener gobernante perfecto, al cual sería una honra obedecer. Un gobernante que, a su vez, sería un reflejo terrenal de Dios como Rey de la Creación.

¡Cuán distinta es la realidad de los gobernantes a los que estamos habituados!











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