Historia reciente

La tragedia de los católicos en Ucrania soviética

Decidimos compartir con nuestros amigos este informe escrito durante la opresión soviética sobre Ucrania, titulado originalmente "Oro, luto y sangre. Ucrania: una tragedia sin fronteras". Luego de relatarnos el origen y evolución del catolicismo ucraniano, el artículo denuncia la persecución por parte de los comunistas y sus crueles aliados, los jerarcas “ortodoxos”. También explica los dolorosos problemas causados por la diplomacia vaticana con la URSS, que guarda analogías con su política actual para China. Todos los obispos que aparecen en las imágenes han sido beatificados en el siglo XXI, con excepción del Cardenal Slipyj. Hemos extraído esta monografía de la revista “Crusade for a Christian Civilization”, de la Sociedad Norteamericana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad - TFP (vol. 7, n° 1, enero-febrero 1977, pp. 3-23). Las notas numeradas son bibliográficas y los interesados podrán encontrarlas juntas en un enlace al final del artículo.

Era el 23 de diciembre del año 1595. El Papa Clemente VIII, toda la corte pontificia, el cuerpo diplomático y los treinta y tres cardenales que se encontraban en Roma se reunieron en la Sala de Constantino en el Vaticano, para la definitiva y jubilosa unión de la separada iglesia ucraniana con la Católica. Al día siguiente, ataviados con sus magníficas vestimentas doradas, los obispos uniatas —así llamados por haberse unido a Roma— se presentaron en la basílica de San Pedro para la celebración de la vigilia de Navidad. El 10 de octubre de 1596, el arzobispo metropolitano de Kiev, que tenía jurisdicción sobre todos los territorios de Ucrania y Bielorrusia, selló la unión en la iglesia de San Nicolás de Brest Litovsk.

El hilo de la historia

Santa Olga, Gran Princesa de Kiev, y su nieto San Vladímir son figuras importantes en la historia del catolicismo ucraniano.

Los contactos entre Roma y los ucranianos no eran recientes. Santa Olga, la gran princesa de Kiev, fue bautizada en Constantinopla antes del cisma de 955. Su nieto, Vladimir, quien más tarde se convirtió y que hoy es venerado como santo, quiso mantener las relaciones con Roma a pesar de la oposición de los griegos (1). En 1075, poco después del Cisma de Oriente, el gran príncipe Iziaslav fue depuesto del trono de Kiev por Boleslao II de Polonia. Cuando esto ocurrió, Iziaslav envió al príncipe heredero Yaropolk y a su esposa al Papa San Gregorio VII, recibiendo de él el reconocimiento como “rey de los rusos”.

Más tarde, en la época de las invasiones tártaras, a mediados del siglo XIII, los príncipes ucranianos Daniel y Vasylko Románovich (del principado de Galicia-Volinia) establecieron relaciones con la Santa Sede. En respuesta, la misma proclamó una cruzada contra los tártaros que, sin embargo, no se materializó. Se enviaron muchos misioneros católicos al país, algunos de los cuales llegaron hasta la corte del gran Khan. En aquella época, el delegado apostólico coronó a Daniel de Galicia con la corona “de Dios, de la Santa Iglesia, de los Santos Apóstoles, del Trono de San Pedro y de su padre, el Papa Inocencio”, según reza la crónica de la época. La esperada unión con la Iglesia Católica, aunque aún no concluida, seguía su curso, como indica la admisión de un obispo ucraniano en el concilio de Lyon (2).

Daniel de Galicia-Volinia. Estampilla conmemorativa (2001).

Con la decadencia del papado provocada por el cisma de occidente en el siglo XIV, los intentos de unión con los ucranianos quedaron truncados. Este hecho muestra cómo la historia de la Iglesia Católica depende de la fidelidad de los sucesores de San Pedro a los planes de Dios.

Como hemos visto, solo en 1596, con la unión de Brest, se materializó por completo la esperada unión. Más tarde, se produjo una segunda unión: en Úzhgorod, en 1646, se reunió a la Iglesia Católica el rito bizantino de la Ucrania de los Cárpatos*. Ambas uniones concedieron privilegios especiales a los ucranianos, especialmente el de poder mantener su rica e impresionante liturgia.

*N. del T.: Antes llamada Rutenia subcarpática, región que hacía parte del Rus de Kiev. En 1646, la Ucrania de los Cárpatos ya llevaba siglos bajo dominio húngaro. Hoy es una provincia ucraniana que lleva el nombre de Transcarpacia.

Inmediatamente se desató una fuerte oposición a la unión con Roma por parte de los jerarcas cismáticos, principalmente los de Constantinopla, a los que la iglesia ucraniana había estado ligada antes de la unión. Su odio se concentró especialmente contra la figura del gran Josafat, arzobispo de Pólatsk, quien se dedicó fervientemente a convertir y conducir a Roma a quienes no se habían unido a ella, y trabajó por el desarrollo del catolicismo en todos los campos. Su hagiografía revela que rezaba día y noche por el regreso de los separados y que con un heroico espíritu de penitencia emprendía rigurosas mortificaciones para los mismos propósitos. Su acción fue fructífera en todos los sentidos. Fundó y restauró iglesias, corrigió costumbres, etc.

Después de escapar de varias trampas de los enemigos de la iglesia, fue martirizado el 12 de noviembre de 1623 en Vítebsk, Bielorrusia, alcanzado por varias balas y con la cabeza abierta por los golpes de un hacha. Su cuerpo fue arrastrado por las calles en un saco lleno de piedras y arrojado al río Duna. Más tarde, el proceso canónico reveló que su cuerpo brilló desde las profundidades de las aguas y subió a la superficie. Cuando esto ocurrió, los fieles lo recuperaron piadosamente, e incluso sus asesinos se convirtieron a la fe católica. San Josafat fue beatificado e incluido en el catálogo de mártires por Urbano VIII; Pío IX lo canonizó en 1867 (3).

Martirio de San Josafat, por Józef Simmler (S. XIX). Óleo sobre tela. Museo Nacional de Varsovia.

La Iglesia Católica ucraniana siguió desarrollándose a pesar de las grandes convulsiones políticas. El historiador Valentin Moroz, encarcelado por su disidencia con el comunismo, afirma que “la iglesia uniata se convirtió en el cuerpo vivo de la espiritualidad ucraniana y adquirió un carácter nacional”, extendiéndose a las principales ciudades del país.

Uno de los tesoros del alma ucraniana es su devoción a la Virgen María. Los expertos en la historia de la espiritualidad católica oriental señalan que la devoción a la Santísima Virgen ocupa un lugar especialmente destacado en Ucrania. Se ha llegado a afirmar que “la mariología y la devoción mariana alcanzaron en Ucrania una cima que no ha sido superada en ninguna otra parte del mundo”(4). La historia de la música ucraniana es muy significativa en este sentido, como atestiguan los himnos marianos de tiempos inmemoriales. Por ejemplo, uno que solía cantarse antes de entrar en batalla se llamaba “Nuestra Señora, la Virgen María”. Sin duda, todo ello constituye una promesa de misericordia por parte de la Madre de Dios hacia este pueblo sufrido pero valiente.

En diferentes momentos, Ucrania ha estado bajo el control de Austria, Polonia, Rusia, Rumania, Checoslovaquia y Hungría. A pesar de estas vicisitudes, la rica cultura nacional ucraniana no solo ha sobrevivido, sino que ha podido desarrollarse.

La continua persecución ha proporcionado un título de gloria al catolicismo en Ucrania. Los zares rusos, movidos por el odio sectario, la promovieron sin cesar. Bajo el zar Pedro I, la persecución se intensificó, causando miles de martirios. Habiendo asesinado personalmente a dos sacerdotes de la orden basiliana, Pedro I fue llamado el “martillo de la Iglesia Católica Ucraniana”. En 1721 ordenó la liquidación total de la iglesia uniata.

Catalina II utilizó las fuerzas armadas para obligar a 8 de los 12 millones de católicos ucranianos a ingresar en la iglesia rusa. Durante muchos años se enviaron expediciones militares a Ucrania para mantener la persecución. En 1826, Nicolás I volvió a enviar tropas a esa tierra afligida. En 1839 se suprimieron la sede metropolitana de Kiev y las eparquías (diócesis) de Bielorrusia y Ucrania. Una vez más, hubo miles de mártires y confesores de la fe entre los sacerdotes y fieles que resistieron. En 1875, Alejandro II suprimió Kholm, la última diócesis uniata católica dentro del imperio ruso (5).

En la Primera Guerra Mundial, las tropas rusas invadieron Ucrania occidental y “anularon” la unión de Brest. Encarcelaron al conde Andrew Sheptytsky, arzobispo metropolitano de Halych y arzobispo de Leópolis (Lviv) (6). Con la retirada de los rusos en 1915, el prelado pudo regresar a su sede. Poco después, la sociedad rusa y buena parte de Ucrania fueron devoradas por el socialismo marxista, el peor enemigo de la iglesia y de la civilización cristiana.

La tragedia ucraniana adquiere dimensiones universales

A pesar de los problemas históricos, nacionales y eclesiásticos específicos que siguen siendo de gran interés e importancia en la actual situación ucraniana, centraremos este ensayo en el comunismo-anticomunismo, tan vital en el momento actual**. Queremos destacar, sin embargo, al enfocar toda esta serie de problemas, el papel de extraordinario peso que tiene en todo ello la posición diplomática oficial del Vaticano.

** N. del T.: Recordamos al lector que este artículo fue publicado en 1977.


Como es sabido, el futuro depende en gran medida de la orientación que los 650 millones de católicos del mundo tengan frente al comunismo. Y en el caso de la Iglesia Católica ucraniana, la diplomacia vaticana actúa y trata de influir en los católicos a respecto de este asunto capital empleando reglas que se revelan con una claridad cristalina. Por esta razón, creemos que la situación actual confiere un interés universal al caso ucraniano.

La tragedia ucraniana pone en un relieve extraordinario la naturaleza de la ostpolitik*** vaticana.

*** N. del T.: Se suele llamar ostpolitik vaticana a las relaciones diplomáticas distensivas de la Santa Sede con las tiranías comunistas, promovidas especialmente por S. S. Pablo VI. Esto, por su semejanza con la Ostpolitik ("Política para el Este") promovida por Willy Brandt —ministro y después jefe de gobierno de la República Federal Alemana— que buscaba normalizar las relaciones con los países comunistas del este europeo.


Dentro de los límites impuestos por la más ferviente adhesión al papado, veremos cómo resolver las complejidades a las que da lugar la evidencia de los hechos; complejidades que no son en absoluto pequeñas. Creemos que es necesario alertar a la opinión pública occidental sobre el hecho de que la tragedia de los católicos ucranianos tiene una enorme importancia para el futuro de la civilización occidental. Definido así el ámbito de nuestro estudio, queremos también rendir homenaje a los mártires ucranianos y a los que sufren la persecución en silencio y en medio de la frialdad e ignorancia de vastos sectores del mundo occidental. Una vez situado su drama en una perspectiva que muestra toda su importancia, se les ve como verdaderos héroes de la iglesia universal y dignos ejemplos para todo el género humano de resistencia a la infernal tiranía marxista.

“Estamos entrando en la primera fase del comunismo: el socialismo”

El oeste de Ucrania, que cuenta con una gran población uniata, quedó bajo el control de Polonia al final de la Primera Guerra Mundial. Pronto empezaron a llegar informes terribles del sector oriental, que estaba bajo el dominio de la Rusia comunista. Allí se desarrollaba un drama espeluznante. Después de la sangrienta guerra entre los blancos y los rojos que duró hasta 1920, el Estado bolchevique hizo temblar al país liquidando en masa a los anticomunistas. Y en los dos años siguientes, los rojos comenzaron a colectivizar el campo. Moscú envió emisarios bolcheviques, respaldados por el ejército rojo, para requisar todos los cereales producidos en la fértil Ucrania. Aunque las cosechas fueron abundantes, se produjo una gran hambruna como consecuencia de su retiro total del país. Un telegrama de Lenin atestigua que las cosechas eran excelentes, pero que fueron confiscadas. La hambruna fue tal que en Jersón, por ejemplo, murió el 85 por ciento de los habitantes en 1921-22 (7).

De este modo, Lenin pretendía acabar con el sentimiento de gran consideración de que gozaba la propiedad privada entre los campesinos. La resistencia a la colectivización dio origen a sangrientas represiones, deportaciones masivas y más hambre. En resumen, los rojos impusieron la comunización de la sociedad por la fuerza con el más frío y cruel cinismo materialista.

A principios de la década de los 30, las necesidades políticas del comunismo provocaron otra hambruna artificial en Ucrania. Ésta, destinada a acelerar el proceso de colectivización, fue indescriptiblemente peor que la anterior. El ejército rojo confiscó toda la producción rural. El número de víctimas alcanzó los 7 millones de muertos, según los cálculos más modestos. Y se produjeron las más dantescas escenas de desesperación y locura. Para controlar a la población desesperada, los marxistas crearon enormes campos de concentración. Muchos pueblos desaparecieron. Fue, sin duda, una de las mayores matanzas de la historia (8).

En aquella época, el conde y metropolitano Sheptytsky, en medio de la hambruna, hizo el siguiente llamamiento al mundo en 1933: “Ya vemos las consecuencias del régimen comunista: cada día son más espantosas. La visión de estos crímenes horroriza a la naturaleza humana y hiela la sangre. No pudiendo prestar ayuda material a nuestros hermanos moribundos, imploramos a los fieles que pidan al Cielo, con sus oraciones, ayunos, mortificaciones y todas las demás obras, la asistencia divina. Además, protestamos ante el mundo entero contra la persecución de los niños, los pobres, los enfermos y los inocentes. Por otra parte, convocamos a los persecutores a comparecer ante el tribunal de Dios todopoderoso. La sangre de los trabajadores famélicos y esclavizados que labran la tierra de Ucrania clama al Cielo por venganza, y la queja de los segadores hambrientos ha llegado a Dios en el Cielo” (9).

Conde Sheptytsky, metropolita: "Convocamos a los persecutores ante el tribunal de Dios todopoderoso. La sangre de los trabajadores famélicos y esclavizados que labran la tierra de Ucrania clama al Cielo por venganza...".

Con una carcajada irónica, los comunistas levantaron, en esa misma ocasión, un arco de triunfo en la ciudad de Kirivohrad con la frase “Entramos en la primera fase del comunismo: socialismo”. Alrededor del arco yacían decenas de cadáveres de campesinos que habían muerto de hambre (10).

El azote comunista en Ucrania occidental

En la misma ciudad de Brest, donde los uniatas habían vuelto a la Iglesia Católica, el nazismo y el comunismo firmaron en 1939 un pacto de colaboración en el que acordaban la partición de Polonia. En consecuencia, los tanques soviéticos entraron y las fuerzas rusas ocuparon Ucrania occidental, una parte del país con una densa población uniata. Previendo los tiempos difíciles que se avecinaban, el metropolitano Sheptytsky eligió a un brillante e íntegro sucesor, monseñor Slipyj. Lo consagró secretamente como obispo coadjutor de Leópolis con derecho a sucesión el 21 de diciembre de 1939. Los comunistas marcaban el tiempo y evitaban un enfrentamiento abierto con la iglesia uniata por miedo al pueblo. Pero esto no les impidió confiscarle muchas propiedades e imponerle muchas restricciones.

Mientras tanto, ya estaban ideando una forma de destruir la iglesia uniata usando un método de control de sus instituciones religiosas desde dentro. Ya habían conseguido notables éxitos con la Iglesia Ortodoxa rusa (a partir de ahora la llamaremos IOR). Sobre la base de esta experiencia, se propusieron, pura y simplemente, eliminar la iglesia uniata ucraniana, en un intento de dar el carácter de una disputa religiosa a lo que en realidad era una persecución antirreligiosa.

Desde hace mucho tiempo se sabe que la Iglesia Unida de Ucrania es un instrumento muy útil para la propaganda comunista rusa. Sergio, el arzobispo metropolitano de Moscú, se ha distinguido notablemente en tal papel. En 1927 ya había hecho una declaración de total obediencia al régimen comunista. Y en 1928 declaró que “las alegrías y las victorias de la Unión Soviética son también nuestras alegrías y nuestras victorias”. En un libro que publicó en plena Guerra Mundial, afirmó que “nunca hubo personas perseguidas en la Unión Soviética por motivos de religión”. Por sus servicios a la causa comunista, Stalin le recompensó devolviéndole el título de patriarca de Moscú en 1943.

Todo ello demuestra el control absoluto que el poder comunista ejerce sobre esta estructura religiosa. Y a este respecto conviene recordar que los bolcheviques habían causado la muerte del antiguo patriarca Tijon, 32 obispos, casi 40.000 eclesiásticos y miles de fieles de la IOR (11).

La Iglesia Católica ucraniana ha sido objeto de diversas tácticas empleadas por los comunistas para hacerse con el control de las estructuras eclesiásticas. Tras un periodo de dominación por parte de las tropas nazis entre 1941 y 1944, Ucrania fue reconquistada por los rusos en 1944. Mientras la situación era inestable, los comunistas se limitaron a ofender moralmente a los prelados católicos y a hacer propaganda contra ellos. Sin embargo, con la muerte del metropolitano conde Sheptytsky, el 1 de noviembre de 1944, y la sucesión de monseñor Slipyj, se introdujo una nueva táctica: Moscú puso inmediatamente en marcha a la IOR (12).

A principios de 1945, Aleksei, el patriarca de Moscú y sucesor de Sergio, envió una carta a Mons. Slipyj, que fue ampliamente difundida por los comunistas. En esta carta, Aleksei pedía a los católicos ucranianos que apostataran de la fe católica y se unieran a la IOR. Naturalmente, su llamamiento fue rechazado (13).

La ofensiva del partido comunista y de la IOR no se hizo esperar. El 8 de abril de 1945, un tal Volodymyr Rosoycyc publicó un artículo muy violento contra los católicos ucranianos en la revista comunista “Vilna Ucraina” de Leópolis. El 11 de ese mismo mes, Mons. Slipyj y otros cuatro obispos fueron encarcelados repentinamente, sin explicación. Los demás miembros del episcopado fueron aprisionados poco después. Una vez en la cárcel, estos obispos fueron presionados para apostatar, y los comunistas llegaron a ofrecer a monseñor Slipyj el cargo de patriarca de Kiev bajo la IOR. Sin embargo, todo el episcopado permaneció fiel (14).

Al mismo tiempo, se produjeron encarcelamientos masivos de católicos, incluidos miles de sacerdotes, monjes y monjas, así como laicos pertenecientes a organizaciones católicas. Poco después, un grupo de sacerdotes católicos apóstatas, agrupados en una minúscula asociación llamada Grupo de Acción, inició las negociaciones para unir el catolicismo ucraniano al patriarcado de Moscú. Ya a finales de 1945, la IOR comenzó a ocupar las sedes de los obispos católicos encarcelados (15).

El Grupo de Acción, prestigiado por el régimen comunista, organizó en Leópolis un pseudosínodo en el que sólo 216 sacerdotes católicos —de un total de casi 3.000— y 19 laicos declararon abolida la unión de Brest y pidieron su incorporación a la IOR. No es necesario que demostremos la flagrante ilegitimidad de este sínodo en el que no participó ningún obispo y que había sido organizado por algunos sacerdotes que ya ni siquiera eran católicos (16).

Un procedimiento similar se utilizó en los Cárpatos Ucranianos, anulando la unión de Úzhgorod. Cabe señalar que la misma táctica se utilizó contra los uniatas católicos rumanos a través del pseudosínodo de Alba Julia en 1948, en el que un pequeño número de sacerdotes apóstatas anuló la unión de 1698.

Gregorio Lakota, nacido en una zona étnica ucraniana, fue obispo auxiliar de Przemyśl, ciudad polaca que fue dominada por la URSS y temporalmente anexada a la República Soviética de Ucrania. Murió tras 6 años de trabajos forzados en Rusia, destacando por sus sacrificios para mejorar las condiciones de sus compañeros de condena.

Para evaluar adecuadamente el espíritu que movía a estos sacerdotes apóstatas en Ucrania, nos bastará con considerar un pasaje del documento que el padre Kostelnyk, su jefe, envió a las autoridades soviéticas. Este documento, en el que les comunicaba el hecho de la supresión de la Unión de Brest, lleva la fecha del 29 de mayo de 1945 y contiene estas palabras:

“Bajo la dirección de su primer mariscal, el incomparable Stalin, el valiente y magnífico ejército soviético se cubrió de gloria inmortal; destruyó el ejército hitleriano y salvó a Europa de la espantosa dominación nazi y a todos los pueblos eslavos de la perdición. Los viejos sueños de los ucranianos se han hecho realidad: todas las tierras ucranianas se han reunido con la madre patria. La gran Ucrania se levanta en una unión paternal con Moscú y con todos los pueblos soviéticos; tiene ahora plena seguridad y todas las posibilidades de un espléndido desarrollo. El mariscal Stalin pasará a la historia de la eternidad como el hombre que unió las tierras ucranianas. Todos los ucranianos occidentales le agradecen con la mayor cordialidad, pues nunca podremos pagar suficientemente nuestra deuda moral con este gobierno soviético. Nikita Jruschov, presidente del consejo de comisarios del pueblo de Ucrania, también merece un gran crédito por la unificación de Ucrania ... Tenemos total confianza en el gobierno soviético. Deseamos trabajar por el bien de nuestra tierra ortodoxa ...” (17).

Sin embargo hay que señalar, para gloria del clero católico de Ucrania que, a pesar de todas las presiones, encarcelamientos y torturas, los comunistas lograron que sólo 42 sacerdotes se afiliaran al comité del padre Kostelnyk. En la represión que se produjo después, decenas de sacerdotes fueron fusilados, cientos fueron encarcelados y deportados a campos de concentración, como ya hemos visto (18).

Nykyta Budka, obispo auxiliar de Leópolis. Murió como mártir de la fe en un campo de concentración ruso (1969). Su cuerpo fue llevado al bosque cercano para ser comido por las bestias.

Poco después del pseudosínodo de Leópolis, los obispos católicos encarcelados fueron condenados por un tribunal secreto en junio de 1946 (19).

Ante esta situación, los canónigos católicos de Leópolis eligieron un vicario capitular para la archidiócesis. Éste fue inmediatamente encarcelado. El elegido para sucederle también lo fue. Mons. Slipyj fue el único obispo que sobrevivió, después de haber sufrido 18 años de crueles torturas y trabajos forzados. Fue liberado recién en 1963.

Entonces tuvo que trasladarse a Roma, donde fue sometido a diversas restricciones, entre ellas a que no hablara contra el comunismo. Más tarde se supo que el Vaticano había aceptado estas condiciones del gobierno soviético sin consultar al cardenal; así, obligó al arzobispo, que deseaba volver a su sede de Leópolis, a abandonar Ucrania (20).

Mons. Josyf Slipyj, quien llegó a ser arzobispo de Leópolis. Fue exiliado por presión del Vaticano luego de 18 años de cárcel y trabajos forzados (1963). Dos años más tarde, fue creado cardenal.

Mientras tanto, la persecución se intensificó en Ucrania. Se cerraron todos los monasterios y conventos católicos, y todas las iglesias pasaron a manos de la IOR. El 1 de enero de 1948, la agencia de noticias soviética Tass publicó un comunicado en el que declaraba que la Iglesia Católica ucraniana no sólo había perdido su existencia legal, sino que desde hacía mucho tiempo ya “había dejado de existir” (21).

Es interesante señalar que incluso los sacerdotes que habían dirigido la apostasía fueron poco después asesinados por los propios comunistas (22).

En absoluto silencio, la fe florece

El estado de ilegalidad del catolicismo en Ucrania confiere a la iglesia una relevancia muy especial. La parte del clero que no fue encarcelada pasó a la clandestinidad. Un cierto número apostató entrando en la IOR. Hay más de 5 millones de católicos, y la mayoría de ellos resiste pasivamente, diferenciando entre el clero fiel de las catacumbas y los renegados (23).

Nicolás Charnetsky, Visitador Apostólico de Volinia. Falleció después de 12 años de prisión (1959). Confesor de la Fe.

A pesar del gran peligro, la iglesia fiel clandestina sigue distribuyendo los sacramentos y celebrando la misa clandestinamente año tras año. Se calcula que hay más de 300 sacerdotes en las catacumbas, así como algunos obispos que han sido consagrados en secreto. Se ha observado que muchos sacerdotes apóstatas simpatizan secretamente con la iglesia uniata, y la prensa comunista ha mostrado su preocupación por el hecho. De hecho, algunos han sido encarcelados por esconder a los sacerdotes de las catacumbas (24). Además, hay comunidades religiosas clandestinas que, aunque llevan una existencia precaria y continuamente amenazada, han conseguido, sin embargo, organizar noviciados y servicios religiosos regulares. Cuando no hay sacerdotes, lo que es frecuente, los fieles se reúnen en casas particulares o en bosques desiertos para rezar maitines o vísperas los domingos y días festivos (25).

Grupos de sacerdotes que han pedido —ingenuamente— al gobierno ruso que aplique ciertas leyes soviéticas sobre la libertad religiosa, han sido encarcelados y deportados. Aún hoy, cientos de miles de católicos ucranianos siguen vegetando en las cárceles y campos de trabajo esclavo, especialmente en Siberia (26).

El efecto de la hambruna, los encarcelamientos masivos y la guerra fue tal que la población de Ucrania occidental en 1970 era inferior a la de 1931 (27).

Obstáculos y silencios: el papel del Vaticano

En su ensayo Acuerdo con el régimen comunista: Para la Iglesia, ¿esperanza o autodemolición?, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, catedrático de la Universidad Católica de Sao Paulo, demuestra que, aunque un estado comunista permitiera la libre distribución de los sacramentos y la celebración del culto, no es moral que la iglesia establezca una colaboración o un modus vivendi con un régimen comunista. Esto es así porque las doctrinas católicas sobre la familia y la propiedad privada están directamente vinculadas a los más altos e inmutables principios morales y a los mandamientos de la ley de Dios. Por ello, la iglesia no puede callar ante los errores de la doctrina comunista en estas materias (28).

Gregorio Komyshyn, obispo de Stanysláviv. Muerto en prisión (1947).

Hasta principios de la década de 1960, el Vaticano alertó con frecuencia a los fieles sobre los errores y peligros del comunismo, llegando incluso a condenar la táctica de la coexistencia pacífica, que era una pálida prefigura de la escandalosa distensión de hoy. El Papa Pío XII publicó dos encíclicas (Orientales Omnes y Orientales Ecclesias) sobre la triste situación de la Iglesia Católica ucraniana, en las que protestaba enérgicamente contra la persecución. Y este mismo pontífice, con motivo de la celebración del milenio del bautismo de la gran princesa Santa Olga, dirigió una memorable carta apostólica a Mons. Slipyj, que entonces estaba en la cárcel, protestando una vez más contra la persecución de la iglesia uniata (29).

Significativamente el Vaticano, en ese mismo momento, fue violentamente atacado por el aparato de propaganda del Kremlin y por el patriarcado de Moscú, si se puede dar este nombre a la agencia eclesiástica del Partido Comunista ruso.

Aunque no intentaremos dar aquí un relato completo de la vasta y sinuosa historia de la ostpolitik vaticana, es, sin embargo, necesario prestar atención a algunas de sus líneas generales de desarrollo que están estrechamente relacionadas con la Iglesia Católica ucraniana

Éstas se refieren principalmente a las relaciones con la IOR. Al analizar estas relaciones, es importante tener en cuenta las palabras de Aleksei, cuando patriarca de Moscú: “La Iglesia Ortodoxa Rusa apoya totalmente la política exterior de nuestro gobierno”. Hay decenas de ejemplos de acciones y declaraciones de miembros de la Iglesia Ortodoxa Rusa que corroboran la confesión del difunto Aleksei (30). Cuando Pimen, su sucesor, compareció ante el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, atacó a quienes criticaban a la URSS por estar ciegos ante los méritos del sistema socialista, y dijo que los males sociales tan característicos de la vida de muchas personas hoy en día no pueden existir en nuestra estructura socialista (31).

Como hemos dicho, era habitual que la IOR atacara al Vaticano. Sin embargo, en noviembre de 1961, cuando el líder ruso Jruschov felicitó al Papa Juan XXIII por su octogésimo cumpleaños, todo empezó a cambiar. En agosto de 1962, el entonces monseñor Willebrands, que como veremos más adelante desempeñaría un triste papel en Moscú, preparaba entonces la participación de los prelados moscovitas de la IOR en el Concilio Vaticano II en Roma. Varios autores señalaron —y los hechos lo confirman— que las negociaciones para la participación de la IOR en el concilio se llevaron a cabo sobre la base de la condición soviética de que el comunismo no sería atacado ni condenado allí (32).

Por iniciativa de monseñor Castro Mayer, obispo de Campos (Brasil), cerca de 400 obispos enviaron en 1965 una petición para que el concilio condenara el comunismo. Pero, por una maniobra poco recta del secretario del concilio, la petición no fue presentada ni sometida a votación; omisiones que eran contrarias al propio reglamento del concilio (33). Ellos mismos confesaron en la Conferencia Pan-ortodoxa de Rodas de 1964 que el silencio sobre el comunismo era una condición sine qua non para su permanencia en el concilio (34).

Este fue el comienzo de una larga lista de concesiones unilaterales por parte del Vaticano. También fue una de las victorias más impresionantes del comunismo ruso. Roma no dijo ni una sola palabra a favor de los católicos uniatas ucranianos, que siguen siendo brutalmente perseguidos por la IOR precisamente por permanecer fieles a Roma…

Josafat Kotsylowsky OSBM, obispo de Przemyśl, en Polonia comunista. Muerto en un campo para prisioneros en Kiev (1947).

Nicodemo (Nikodim), arzobispo metropolitano de la IOR de Leningrado, tuvo el descaro de declarar, en contra de toda evidencia, que “en la URSS los creyentes gozan de los mismos derechos que los demás ciudadanos”. Nicodemo, que sólo tiene 38 años, hizo una rápida y brillante carrera en la IOR bajo los auspicios de Aleksei, ¡después de haber terminado su formación en el seminario mediante un curso por correspondencia! En una reunión ecuménica en Leningrado sobre el pensamiento social católico, declaró que ahora la Iglesia Católica acepta “una forma de propiedad pública como la ejemplificada por el socialismo de tipo soviético” (35).

Se ve por esto que el verdadero interés de los rusos en la ostpolitik vaticana es la difusión de la ideología socialista entre los católicos. También se puede ver que, en armonía con eso, dicha ostpolitik favorece sólo a los prelados que son favorables al comunismo, como se ha demostrado recientemente en los casos de Hungría y Lituania. Dada esta unidad de políticas, es evidente que aquellos que no son favorecidos por la ostpolitik son tratados de esa manera porque no son favorables al comunismo. Esto explica en gran medida la esencia e importancia del drama de la Iglesia ucraniana. El comunismo internacional necesita eliminar los obstáculos que se interponen en su camino hacia la dominación del mundo. Aunque la ostpolitik del Vaticano es un factor favorable, la iglesia uniata de Ucrania es un obstáculo. Por ello, el Vaticano ya no la defiende ni intercede por sus mártires.

Después del concilio, los contactos entre el Vaticano y la IOR se intensificaron cada vez más. En 1975, se celebró en Trento (Italia) una reunión ecuménica en la que estuvo presente Nicodemo; la declaración final conjunta de la reunión fue un llamamiento mal disimulado a los cristianos del mundo para que abrazaran el socialismo (36). Poco después, Pablo VI autorizó la celebración de una liturgia de la IOR en la tumba de San Pedro presidida por el propio Nicodemo (37).

En este contexto hay que considerar la actitud del cardenal Willebrands en 1971 en la entronización de Pimen como patriarca de Moscú. En su sermón, Pimen, hablando en tono victorioso, reiteró la destrucción total de la Iglesia Católica ucraniana, el fin de la unión de Brest y, según sus propias palabras, el “regreso triunfal a la IOR”. El cardenal Willebrands, que estaba presente como representante oficial del Vaticano, no hizo ninguna objeción, ni protestó en ese momento ni después, a pesar de las innumerables protestas que provocó su silencio. Ahora bien, en un asunto tan grave como éste, el que calla, consiente (38).

En consecuencia, los hechos demuestran que el Vaticano reserva los mayores homenajes, incluso el altar de San Pedro, a la IOR, controlada por los ateos comunistas. Al mismo tiempo, mantiene un silencio revelador respecto a los preciosos miembros del cuerpo místico de Cristo que son los mártires de la Iglesia Católica ucraniana.

Iván Latyshevsky, obispo auxiliar de Stanysláviv. Murió después de 10 años de prisión (1957).

Otro hecho significativo es el trato dado en Roma a monseñor Velychkovsky, un obispo de Ucrania que, a causa de la persecución, había sido consagrado allí en secreto. Después de haber pasado muchos años en la cárcel, este obispo, ya muy enfermo, fue liberado por los comunistas. Al visitar el Vaticano, fue tratado por las autoridades oficiales como si fuera un simple sacerdote.

L’Osservatore Romano y el Anuario Pontificio hicieron lo mismo. Este comportamiento no es difícil de entender, ya que reconocerle como obispo uniata que actuó en Ucrania equivaldría a aceptar la existencia real de la heroica iglesia católica de las catacumbas y, por tanto, a no reconocer la incorporación de los uniatas a la IOR. Evidentemente, esto no agradaría al Kremlin y, por tanto, no se hizo (39).

También en este caso, la ostpolitik se revela en toda su angustiosa realidad. El superior de la IOR para Ucrania es el exarca Filareto. Ahora bien, fue este prelado quien, actuando con la KGB comunista, logró descubrir y detener al obispo Velychkovsky, que sufrió bárbaras torturas y maltratos durante su largo encarcelamiento. No sólo no hubo protestas contra este hecho en el Vaticano, sino que, después de lo ocurrido, este mismo Filareto fue el invitado de honor del Pontificio Collegium Russicum de Roma y fue recibido por el Secretariado para la Unión de los Cristianos con todos los honores en boga. El heroico obispo Velychkovsky no recibió ninguno de estos honores y murió poco después en Canadá (40).

Vasyl Velychkovsky, como sacerdote, fue torturado durante un año, recibiendo sentencia de muerte conmutada por 10 años de trabajos forzados. Hecho obispo de Lutsk en secreto, sufrió nueva prisión con torturas por tres años. Exiliado, falleció en Canadá por los maltratos recibidos (1973).

En 1971, Filareto presidió las alegres celebraciones de la abolición de las uniones de Brest y Úzhgorod. Unas semanas más tarde, en Zagorsk, hubo un sínodo de la IOR que repitió estas celebraciones por la destrucción de la Iglesia Católica ucraniana. Simbólicamente, en esta misma localidad de Zagorsk, se celebró en 1973 una reunión ecuménica entre emisarios del Vaticano y de la IOR. El tema del encuentro fue "La Iglesia en un mundo en transformación". Se hicieron elogios al régimen socialista. Sin embargo, los delegados del Vaticano no dijeron ni una sola palabra sobre los católicos ucranianos (41).

El interés de la ostpolitik vaticana por favorecer al gobierno comunista ruso puede calificarse de verdadero celo. Por ejemplo, el padre Paul Mailleux S.J., de la Congregación Vaticana para los Ritos Orientales y rector del Pontificio Collegium Russicum (que se había ganado el apelativo de cura rojo), escribió un memorando que, como dice el padre Floridi S.J., no revelaba ningún secreto, pero confirmaba la impresionante tendencia rusófila de la actual curia romana. En este documento, el padre Mailleux declara que el patriarcado ucraniano no debe ser instituido porque los soviéticos podrían considerarlo como una “injerencia hostil en los asuntos internos de la URSS” (42).

Mientras tanto, según la escritora Daria Kuzyk, la policía italiana descubrió una red internacional de espionaje comunista ruso en el seno del propio Pontificio Collegium Russicum del padre Mailleux. Actuando rápidamente, el Vaticano allanó todo para que las investigaciones no continuaran y para que no se revelara nada (43).

Este celo no se manifiesta ni a favor de la Iglesia Católica ni de los países de Occidente cuando la injerencia viene en sentido contrario. Por ejemplo, tras la solemne consagración de la nueva iglesia católica ucraniana de Santa Sofía en la Ciudad Eterna, el citado Nicodemo viajó inmediatamente a Roma. A su llegada, afirmó que el acto presidido por el cardenal Slipyj era contrario al diálogo ecuménico y no debía repetirse. En esa misma ocasión, dijo que la Iglesia Católica ucraniana debía ser eliminada también en Occidente (44).

Teodoro Romzha, obispo de Mukáchevo. Su muerte fue ordenada por el propio Kruschev, indignado por una devota peregrinación que congregó a 80 mil católicos. Un camión militar embistió su carroza, fue apaleado en el acto y a los pocos días envenenado en el hospital en que se estaba restableciendo (1947).

Siguiendo el espíritu de ese mandato, la IOR creó un vicariato para que el metropolitano ortodoxo de Kiev gobierne las parroquias de la Iglesia ucraniana en Canadá y Estados Unidos, lo que representó una verdadera injerencia de los rusos en los asuntos internos de las iglesias de las naciones de Occidente (45). También fue significativo, en este sentido, el hecho reciente de que el patriarca Pimen exigió al gobierno federal alemán que reconociera, como propiedad del Estado ruso, las iglesias de la IOR situadas en diferentes ciudades de Alemania Occidental, iglesias éstas que son independientes de Moscú y anticomunistas (46). Lo que se avista en el horizonte es que se repetirán hechos como éste, que constituyen una intromisión real. Este tipo de injerencia, unida a todo el panorama, empujará progresivamente a mayores concesiones por parte del Vaticano, que hasta ahora las ha venido aceptando.

Por otra parte, el silencio que el Vaticano ha guardado respecto a las persecuciones contra los católicos (para no “interferir en los asuntos internos de la URSS”) adquiere una significación aún mayor cuando se compara con la actuación de gran parte de las estructuras eclesiásticas de Occidente que hacen, bajo la varita conductora del Vaticano, ruidosa propaganda contra los países anticomunistas sin ningún escrúpulo de interferir en sus asuntos internos. En general, esta injerencia se realiza en favor de los derechos humanos de los terroristas y agitadores comunistas, supuestamente amenazados. Y en ocasiones va más allá, como es el caso del episcopado de Estados Unidos, que en una contundente nota pidió que se ponga fin al bloqueo económico de Cuba, esa nación que es la gran intervencionista por excelencia en América del Norte y del Sur, e incluso en África (47).

Incluso la prensa liberal internacional ha comentado la escandalosa actitud del Vaticano; así, "Newsweek" afirmó que “el Vaticano parece estar dispuesto a sacrificar la unión de 5 millones de católicos de rito ucraniano dentro de la Unión Soviética” (48).

Recientemente, los contactos amistosos entre el Vaticano y la IOR se han intensificado. Por ejemplo, el 13 de julio de 1975, poco después de haber recibido al ministro soviético Gromyko, Pablo VI recibió calurosamente a Nicodemo y extendió sus felicitaciones a su santidad el patriarca de Moscú, Pimen. Además, los viajes de emisarios del Vaticano a Moscú y de emisarios del Kremlin y de la IOR a Roma han sido frecuentes (49).

En esta perspectiva, percibimos la verdadera razón por la que el Vaticano no ha reconsiderado su actitud negativa hacia la reiterada y fundada petición de los católicos ucranianos de instituir un patriarcado como medio de conservar y desarrollar la Iglesia Católica ucraniana. Es que tal patriarcado tendría inevitablemente una orientación anticomunista y, por tanto, supondría un refuerzo de la resistencia católica ucraniana a la IOR y al comunismo, que es precisamente lo que Roma desea evitar a toda costa (50). Hay que subrayar, además, que todos los fieles de los diversos patriarcados orientales católicos no suman más de 3 millones, mientras que hay casi 7 millones de católicos de rito ucraniano en el mundo.

Además de este hecho, el Vaticano, como si se guiara por los designios de Pimen, ha creado constantes trabas a la vida interna de la Iglesia Católica ucraniana en Occidente, alegando supuestas ventajas que los rusos concederían a cambio. La eminente figura del cardenal Slipyj se ha visto muy afectada por el continuo levantamiento de obstáculos a su labor pastoral; el Vaticano ha llegado incluso a prohibirle salir de Roma para visitar las comunidades ucranianas en varias ocasiones, tratándole como si estuviera prisionero (51).

Todas estas injusticias producen las más graves perplejidades entre los fieles ucranianos. Así lo demuestran, por ejemplo, las pancartas que un grupo de manifestantes católicos ucranianos portaba ante la residencia del delegado apostólico en Washington, en las que aparecían frases como las siguientes: “La política vaticana de capitulaciones es un escándalo continuo”, “No persigan a nuestros obispos” y “El diálogo entre el Vaticano y Moscú conducirá a la catástrofe” (52).

Los ucranianos saben que nada complacería más a Moscú que su apostasía general de la Santa Iglesia. Sin embargo, tienen una fe inquebrantable y son profundamente fieles al papado por el que tantos de sus antepasados y sus contemporáneos han derramado su sangre. Perciben con tristeza y conmoción que las actuales autoridades del Vaticano no harían nada para impedir esa apostasía, pues consideran a los ucranianos un “obstáculo” para el diálogo con la IOR y el Kremlin (53).

Parece que esta trágica situación también es percibida por los fieles de las catacumbas en el interior de Ucrania. Según informaciones procedentes de viajeros, el estado de ánimo general entre ellos es el sintetizado por la revista clandestina “The Ukrainian Herald”: “Traemos algunos ejemplos de las iniquidades perpetradas por el régimen contra los fieles católicos de Leópolis. Pero, ¿cuántos más debe haber en toda Ucrania occidental? Tal vez sólo Dios lo sepa. Lo único que nos sorprende es que la administración vaticana haya olvidado que la parte ucraniana de su rebaño está siendo despedazada por lobos feroces. ¿No se habrá hundido demasiado en su política pragmática y materialista?” (54).

Al mismo tiempo, se sabe que el pueblo ortodoxo ucraniano siente una gran simpatía por los católicos uniatas y por la institución de su patriarcado. Sin duda, Moscú teme que se conviertan al Catolicismo, ya que son testigos de la heroica resistencia de los católicos y la comparan con el abyecto sometimiento de la IOR a los ateos del Kremlin. Hay varios testimonios a favor de esto, especialmente el del conocido escritor ucraniano V. Moroz, quien no es católico uniata y que ahora está en la cárcel a manos de las autoridades soviéticas (55). La prensa soviética refleja este temor cuando trata el asunto. En consecuencia, comprobamos, con dolor y horror, que la ostpolitik del Vaticano constituye, en realidad, un verdadero obstáculo para el regreso de muchos no católicos ucranianos al seno de la Iglesia Católica (56).

La persecución revive

En los últimos diez años, a pesar de toda la ostpolitik, o quizás a causa de ella, se han desatado nuevas persecuciones comunistas sobre la desolada Ucrania católica. Los hechos que lo demuestran son innumerables. La revista clandestina “The Chronicle of Current Events” informaba en 1969 que la Iglesia Católica ucraniana clandestina “ha sido más activa en los últimos años, pero ha aumentado el número de sacerdotes encarcelados y maltratados por la policía”. Se imponen severas penas de cárcel a quienes asisten a una misa católica uniata. Después de 1968, Filareto inició una nueva ofensiva convocando una reunión de la IOR y pidiendo una acción más eficaz del gobierno soviético para eliminar los restos de la Iglesia Católica en Ucrania (57).

En una reciente reunión del Politburó del Partido Comunista de Ucrania, el marxista Malanchuk reconoció que la Iglesia Católica uniata ucraniana no ha sido exterminada del todo, y pidió que el partido dedicara más tiempo a su trabajo contra ella (58).

Tal vez algunas mentes ingenuas sigan creyendo que el acercamiento entre el Vaticano y los gobiernos comunistas se lleva a cabo para aliviar las condiciones de los católicos de la iglesia del silencio. Y puede haber otros que piensen que el único objetivo de esta política es favorecer el rito latino frente al bizantino. Por ello, consideramos ventajoso demostrar que estas ideas no se corresponden con la realidad. Se pueden señalar rápidamente dos puntos. Detrás del telón de acero, la Iglesia Católica de rito latino también sufre el resurgimiento de la persecución. Y como ya hemos visto en el caso del rito ucraniano, el pretexto de ayudar a los católicos uniatas sólo ha servido, de hecho, para favorecer la causa marxista. Pero veamos rápidamente algunos ejemplos en otras naciones cautivas.

En Polonia, la persecución religiosa ha sido normalmente más ligera que en los otros países de Europa del Este dominados por el comunismo. Sin embargo, tras la reciente visita de monseñor Luigi Poggi, representante del Vaticano, a las autoridades del régimen de Varsovia, el gobierno intensificó su oposición a la construcción de nuevas iglesias en el país, así como a la educación religiosa de los niños pequeños. Portavoces del gobierno declararon que las conversaciones oficiales con el representante del Vaticano habían versado sobre la política mundial y la distensión, no sobre la iglesia en Polonia (59).

Hay otro ejemplo de Polonia que merece ser considerado. En noviembre de 1973, un ministro del gobierno comunista polaco fue recibido amistosamente en el Vaticano. En febrero de 1974, monseñor Casaroli, el Kissinger del Vaticano, fue recibido con festejos en Varsovia. Durante el corto periodo de tiempo que transcurrió entre estos dos viajes, el sacerdote católico padre Zabichcki fue encarcelado y posteriormente confinado en una prisión psiquiátrica. Esto se hizo porque el 16 de diciembre de 1973 había hecho algo prohibido, es decir, había celebrado la santa misa en su casa sin el permiso del gobierno (60). No hay pruebas de que monseñor Casaroli interviniera a favor del sacerdote encarcelado.

Las visitas de monseñor Casaroli a Moscú, con el fin supuesto de obtener mejoras para los católicos de rito latino (especialmente los de Lituania), han sido tan ineficaces en este sentido que las ediciones clandestinas de la bien informada “Crónica de la Iglesia de Lituania” revelan una persecución anticatólica progresivamente creciente. Hay literalmente cientos de casos de persecución atroz contra los católicos lituanos. Sin embargo, el Vaticano también guarda silencio sobre este asunto (61).

En 1973, el líder rumano Ceaucescu visitó el Vaticano; sin embargo, esta visita no le impidió seguir persiguiendo brutalmente a los católicos uniatas del país, que también sufren una prohibición legal como la impuesta a los uniatas de Ucrania (62).

No intentaremos profundizar demasiado en las relaciones del Vaticano con Hungría, que siguen dominadas por la sufrida figura del gran cardenal Mindszenty. Sin embargo, debemos destacar que, como fruto de la ostpolitik, la estructura eclesiástica católica de ese país está hoy controlada por un clero procomunista que juró fidelidad al régimen bolchevique y que participa en organizaciones católicas marxistas como la conocida Pax. El episcopado húngaro, nos duele decirlo, representa un verdadero ejemplo de nikodimización de la Iglesia Católica (63).

Todos estos hechos conducen a una conclusión trágica pero inevitable: la ostpolitik vaticana ha estimulado la persecución comunista.

De hecho, un postulado fundamental de la ostpolitik es que el Vaticano guarde silencio sobre la persecución comunista de la iglesia y la total incompatibilidad que existe entre la doctrina católica y la doctrina comunista. En consecuencia, el Vaticano silencia las estructuras eclesiásticas nacionales e internacionales, haciendo posible que la persecución comunista se haga más contundente sin que se produzcan inconvenientes (64).

Se puede decir, además, que hay dos iglesias del silencio. Las diferentes circunstancias de cada una implican muchos matices. En este sentido, podemos considerar por un momento esa segunda iglesia del silencio, la que se impone desde dentro a las estructuras eclesiásticas nacionales e internacionales y a los fieles. Que esta iglesia del silencio existe en Occidente por obra y aprobación de vastos sectores de una jerarquía eclesiástica progresista, que promueve la autodemolición de la iglesia, ha quedado claro respecto al conocido caso de Chile. El voluminoso libro La Iglesia del Silencio en Chile, publicado por la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, ha demostrado que el episcopado chileno colaboró con el régimen marxista de Allende antes, durante y después de su ascenso al poder. Basándose en la doctrina católica y en 200 documentos, el libro señala que los fieles deben romper su equivocada sumisión a esta estructura eclesiástica suicida, no transformándose en una nueva iglesia del silencio (65).

Hacemos estas reflexiones para que el lector pueda situar el problema de los ucranianos católicos en una mejor perspectiva, ya que tienen una gloria especial —la gloria de la cruz— por pertenecer a las dos iglesias del silencio. Por un lado, está el silencio que les imponen los verdugos comunistas de la URSS y de la IOR. Por otro lado, está el silencio del Vaticano sobre el martirio de la Iglesia Católica en Ucrania y el silencio que trata de imponer a los ucranianos emigrados y desterrados sobre esta situación.

No se puede dejar de concluir que todo procede como si el Vaticano hubiera aceptado las medidas arbitrarias de la IOR, esa institución que ha actuado a las órdenes de los comunistas para eliminar la Iglesia Católica en Ucrania. Pablo VI no ha dicho nada públicamente contra la persecución y la destrucción de la Iglesia en Ucrania. Ha habido innumerables oportunidades para hablar, pero desde Roma sólo se ha escuchado un profundo silencio (66). En consecuencia, hay que concluir que el Vaticano está aceptando, al menos tácitamente, la destrucción de la Iglesia en Ucrania. En otras palabras, 5 millones de católicos están siendo sacrificados en el altar del diálogo con la URSS-IOR. Esto lo confirma el testimonio del padre Mailleux S.J., que ya hemos citado.

El P. Mailleux, que ocupa altos cargos en el Vaticano relacionados con las iglesias orientales, ha declarado que los ucranianos católicos no pueden esperar que la Santa Sede se arriesgue a plantear el problema de la existencia de la iglesia ucraniana en la Unión Soviética cuando existe la posibilidad de que el Vaticano mantenga un diálogo con la IOR (67). De este modo, se comprueba que el martirio de los ucranianos católicos se ejecuta gracias a los esfuerzos conjuntos de dos inmensas estructuras, una de las cuales debería encargarse de salvarlo, y que estas estructuras actúan juntas como un par de tenazas.

Un león clama en el desierto

El cardenal Slipyj, un león que clama en el desierto.

La Santa Iglesia Católica y Ucrania tienen un gran representante en la persona de Mons. Slipyj. Su labor en favor del catolicismo y de la nación ucraniana es monumental, y la historia lo ha registrado.

Tras el largo silencio que le habían impuesto contra su voluntad las autoridades del Vaticano, el cardenal se decidió a hablar, mostrando así su comprensión de las palabras pronunciadas por el superior de un monasterio ucraniano clandestino: “Un héroe muerto es un estímulo más poderoso para la iglesia que un prisionero vivo en el Vaticano” (68). En el sínodo mundial de Roma de 1971, el cardenal, en presencia de Pablo VI, pronunció un discurso con viva emoción, en el que declaró:

“...los ucranianos católicos, que han sacrificado montañas de cuerpos y han derramado ríos de su sangre por la fe católica y por su fidelidad a la Santa Sede, sufren ahora una persecución muy terrible, pero lo que es peor, no son defendidos por nadie ... nuestros fieles católicos, a los que se les prohíbe celebrar la liturgia y administrar los sacramentos, deben descender a las catacumbas. Miles y miles de fieles, sacerdotes y obispos han sido encarcelados y deportados a las regiones polares de Siberia. Sin embargo, ahora, debido a las negociaciones y a la diplomacia, los católicos ucranianos, que como mártires y confesores sufrieron tanto, son arrojados a un lado, como testigos incómodos de los males del pasado”.
“En las últimas cartas y comunicaciones que he recibido, nuestros fieles se lamentan: ‘¿Por qué hemos sufrido tanto? ¿Dónde está la justicia? La diplomacia eclesiástica nos ha tachado de impedimentos. El cardenal Slipyj no hace nada por su iglesia’. Y yo respondo: ¿Qué puedo hacer? ... cuando Pimen, el patriarca de Moscú, en un sínodo electoral declaró abiertamente que la unión de Brest quedaba anulada, ni uno solo de los delegados vaticanos presentes protestó ... Uno de los eminentes cardenales aquí presentes expresó su asombro por el hecho de que los ucranianos que han sido tratados tan mal e injustamente hayan permanecido católicos, pese a todo ello...”
(69).

En octubre de 1976, el cardenal Slipyj consiguió que Roma le autorizara a viajar a Filadelfia para presentarse en el funeral del arzobispo ucraniano de esa ciudad. En esa ocasión, insistió en que un patriarcado ucraniano era una necesidad imperiosa. “No busco el título del patriarcado para mi honor y gloria personales”, declaró el arzobispo mayor de Leópolis. “Si me interesara el honor y el estatus personal, lo habría recibido del régimen soviético sin haber tenido que pasar 18 años en campos de esclavos”. Y concluyó con inteligente realismo: “Si lo hubiera aceptado, el Santo Padre me hablaría hoy de igual a igual, como hace con el patriarca ortodoxo de Moscú. Pero he permanecido fiel a la Sede de Pedro y a la Iglesia Universal” (70).

La resistencia romana: la solución para los católicos ucranianos

Ante la increíble política del Vaticano destinada a lograr una relajación de las tensiones con los gobiernos comunistas, los católicos (y en el caso que nos ocupa, los ucranianos católicos) se enfrentan a una elección entre dos alternativas: ¿Dejar de luchar contra el comunismo? ¿O resistir a la política de relajación de las tensiones? Hace algún tiempo, las Sociedades de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (conocidas como TFPs) de todo el mundo lanzaron un importante manifiesto sobre esta cuestión crucial. Creemos que proporciona una respuesta clara, lógica e irrefutable a este problema.

Las distintas Sociedades de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad nacieron de la preocupación de intelectuales, estudiantes y hombres de acción por las trágicas consecuencias que se derivan de la serie de crisis religiosas, morales, políticas y económicas que se extienden sobre la civilización cristiana y el mundo. Cada vez son más los jóvenes que encuentran un ideal común derivado de esta preocupación y que, en una nación tras otra, se preparan para luchar ideológicamente en una causa que encuentra cada vez mayor eco en la opinión pública del hemisferio occidental, es decir, la causa que defiende los valores de la tradición, la familia y la propiedad frente al avance del comunismo.

Las TFPs declaran:

“La diplomacia de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas crea, no obstante, para los católicos anticomunistas una situación que los afecta a fondo, mucho menos en cuanto anticomunistas que en cuanto católicos. Pues en cualquier momento se les puede hacer una objeción sumamente embarazosa: ¿La acción anticomunista que efectúan no conduce a un resultado precisamente opuesto al deseado por el Vicario de Jesucristo? ¿Y cómo se puede comprender la figura de un católico coherente, cuya actuación camina en dirección opuesta a la del Pastor de los pastores? Tal pregunta trae como consecuencia, para todos los católicos anticomunistas, una alternativa: Cesar la lucha o explicar su posición”.
“Cesar la lucha, no podemos. Y es por imperativo de nuestra conciencia de católicos que no podemos. Pues si es deber de todo católico promover el bien y combatir el mal, nuestra conciencia nos impone que difundamos la doctrina tradicional de la iglesia y combatamos la doctrina comunista. … en lo que ella [la libertad de conciencia] tiene de más legítimo y sagrado, se inscribe el derecho del católico a actuar en la vida religiosa, como en la vida cívica, según los dictámenes de su conciencia ...”.
“La Iglesia no es, la Iglesia nunca fue, la iglesia jamás será tal cárcel para las conciencias. El vínculo de la obediencia al sucesor de Pedro, que jamás romperemos, que amamos con lo más profundo de nuestra alma, al cual tributamos lo mejor de nuestro amor, ese vínculo lo besamos en el mismo momento en que, triturados por el dolor, afirmamos nuestra posición…”.

Como se puede ver fácilmente, la situación ucraniana se engloba de manera singular dentro de este conjunto de problemas. Entonces, ¿cuál es la solución? El lúcido manifiesto de la TFP responde:

“Sí, santo padre —continuamos—, San Pedro nos enseña que es necesario ‘obedecer a Dios antes que a los hombres’ (Hch 5, 29). Sois asistido por el Espíritu Santo y hasta reconfortado —en las condiciones definidas por el Vaticano I— por el privilegio de la infalibilidad. Lo que no impide que en ciertas materias o circunstancias la flaqueza a que están sujetos todos los hombres pueda influenciar y hasta determinar vuestra actuación. Una de ésas es —tal vez por excelencia— la diplomacia. Y aquí se sitúa vuestra política de distensión con los gobiernos comunistas”.
“Entonces, ¿qué hacer? Las páginas de la presente declaración serían insuficientes para contener el elenco de todos los padres de la iglesia, doctores, moralistas y canonistas —muchos de ellos elevados a la honra de los altares— que afirman la legitimidad de la resistencia. Una resistencia que no es separación, no es rebelión, no es acritud, no es irreverencia. Por el contrario, es fidelidad, es unión, es amor, es sumisión”.
“‘Resistencia’ es la palabra que escogimos a propósito, pues ella es usada por el propio San Pablo para caracterizar su actitud. Habiendo tomado el primer papa, San Pedro, medidas disciplinarias sobre la permanencia de prácticas de la antigua sinagoga en el culto católico, San Pablo vio en esto un grave riesgo de confusión doctrinal y de perjuicio para los fieles. Se levantó entonces y ‘resistió cara a cara’ a San Pedro (Gal 2, 11). Este no vio en el lance inspirado y fogoso del Apóstol de los gentiles un acto de rebeldía, sino de unión y de amor fraterno. Y, sabiendo bien en qué era infalible y en qué no lo era, cedió ante los argumentos de San Pablo. Los santos son modelos de los católicos. En el sentido en que San Pablo resistió, nuestro estado es de resistencia”
(71).

El Cardenal Slypij en visita a la TFP brasileña y al Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, autor de la declaración de Resistencia a la Ostpolitik vaticana.

Un llamado a Occidente

Hasta ahora, Occidente ha sido como un vasto desierto en el que clama la voz de los mártires ucranianos. Ciertamente, tal estado de placidez no debería existir, pues los pueblos occidentales tienen la grave responsabilidad de defender el mundo libre. Las persecuciones llevadas a cabo contra los pueblos sometidos, que constituyen en primer lugar un problema moral, son también un problema político en el más alto sentido de la palabra. La consideración más rudimentaria del panorama global pone de manifiesto que la propia supervivencia del mundo libre depende de la vigilancia contra las tácticas comunistas. Y un examen más detallado muestra que las naciones cautivas constituyen un elemento clave en esta verdadera lucha global; de hecho, las naciones cautivas son el “talón de Aquiles” del comunismo. Sin embargo, para los católicos la cuestión de conciencia es mucho más grave que la cuestión política. Los católicos tienen la obligación de ayudar a sus hermanos martirizados detrás del telón de acero, no sólo por una solidaridad humana general, sino también, y sobre todo, por los sagrados vínculos sobrenaturales de la fe.

Ante el clamoroso silencio de Roma, y la gravedad de la situación, hacemos un llamamiento a la opinión pública católica occidental para que alce su voz de protesta contra lo que ocurre en Ucrania. Tanto las autoridades eclesiásticas como los gobernantes comunistas son extremadamente sensibles a las manifestaciones de la opinión pública occidental. De la actitud de esta opinión pública dependerá el curso futuro de los acontecimientos y, por lo tanto, el grado de ampliación o reducción del alcance de la gran injusticia que se está practicando en Ucrania e, indirectamente, la cantidad de aumento o disminución de la penetración del comunismo en Occidente.

Si guardamos silencio una vez más, como ya hemos hecho tantas veces en el pasado reciente ante las abominaciones comunistas, esta cuestión de conciencia no resuelta pesará como un factor más —y no pequeño— en el proceso ya avanzado de la caída de la civilización occidental excristiana.

Un llamado a los ucranianos libres

“A través de vosotros, mis rutenos,* espero convertir a Oriente”. Así habló la Roma católica, la Roma de los santos y de los mártires, la Roma eterna, por boca del Santo Padre Urbano VIII, al beatificar al gran ucraniano San Josafat (72).

* N. del T.: Antiguamente se designaba bajo ese nombre a todos los pueblos eslavos que habitaban la Rus de Kiev. Hoy suele usarse más específicamente para los ucranianos.


También hacemos un llamamiento, y de manera especial, a los católicos ucranianos que viven en Occidente. A ellos les corresponde un papel especial: Ayudar a sus hermanos en la fe y en la sangre, y posicionarse en sentido contrario a la actual política del Vaticano, es decir, en la resistencia romana. A través de la resistencia heroica que montan contra el enemigo de la fe y de Ucrania, adquirirá cuerpo el profundo significado contemporáneo del llamado profética de Urbano VIII.

Ésta es la gran vocación de los ucranianos. Hoy parece lejana, pero no cabe duda de que va cobrando fuerza, en medio de los sufrimientos que la situación actual les impone. Tal vez la Divina Providencia, en su insondable sabiduría, quiera convertir a los pueblos de Europa del Este a la Santa Iglesia por medio de los méritos de los mártires de los uniatas ucranianos. Además, providencialmente, constituyen un puente estratégico entre Oriente y Occidente.

¿No predijo Nuestra Señora en Fátima, en 1917, que incluso Rusia, después de difundir sus errores por todo el mundo, se convertiría?

Esta gran promesa de Nuestra Señora resuena y hace eco como una vocación sagrada dada por la Roma Eterna hace siglos, y reverbera en las profundidades del alma católica ucraniana, con toda la sacralidad y el brillo de un iconostasio dorado.

Recemos, pues, con nuestros hermanos ucranianos la Oración Abrasada de San Luis María Grignion de Montfort, que expresa con tanta exactitud la situación actual de la Santa Iglesia, tanto en Ucrania como en el resto del mundo:

“¡Tu divina ley es quebrantada! ¡Tu Evangelio, abandonado! ¡Torrentes de iniquidad inundan toda la tierra! ¡Arrastran a tus mismos servidores! ¡La tierra entera está desolada! La impiedad se asienta en el trono. Tu santuario es profanado. La abominación se halla hasta en el lugar santo. ¿Lo dejarás todo abandonado, Señor de la justicia, Dios de las venganzas? ¿Vendrá a ser todo, en definitiva, como Sodoma y Gomorra? ¿Permanecerás callado? ¿Seguirás soportándolo todo? ¿ Acaso no es necesario que se haga tu voluntad en la tierra como en el Cielo y que venga tu reino? ¿No has mostrado de antemano a algunos de tus amigos una renovación futura de la Iglesia?” (73).

Y repitiendo el grito de Moisés: “Si quis est Domini, jungatur mihi” (74). El que sea del Señor, júntese conmigo para gritar juntos al cielo: ¡Sí, ven Señor! — “Amén Veni Domine” (75).

Las notas bibliográficas pueden verse juntas en esta imagen escaneada





Traducido por Daniel Pacheco S.







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Mensajes

  • La cronología de “la tragedia de los católicos en Ucrania soviética” es muy encomiable y fidedigna en los hechos que relata. No obstante, sería necesario aclarar – más aún teniendo en cuenta que es un artículo escrito en 1977—que el fenómeno diabólico comunista-bolchevique fue de neta inspiración judía, tal como está documentado en numerosas obras, entre otras, El Espíritu Revolucionario Judío y Su Impacto en la Historia Mundial del Dr. E. Michael Jones. Negarse a ver y a hablar de esta categoría de realidad—el espíritu revolucionario judío— ha llevado a muchos a tomar posiciones equivocadas en la guerra cultural contemporánea, a avalar guerras genocidas como la de Irak, y hoy a ocultar los intereses judeo masónicos globalistas que se jugaron torpe y cínicamente al provocar la guerra en Ucrania bajo el presidente judío Volodymyr Zelensky, sus mentores judíos, los oligarcas Igor Kolomoisky, George Soros, y los burócratas de la OTAN al servicio del imperio judeo-anglo estadounidense.
    Luis Alvarez Primo
    Bella Vista. Bs.As.
    Argentina

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