La pirámide invertida

Julio Loredo

El Papa Francisco no es el primero en utilizar la metáfora de la “pirámide invertida” para definir la nueva Iglesia que desea. Ya en la década de 1980, los teólogos de la liberación utilizaron la misma figura, proponiendo su peculiar interpretación de la Iglesia como “Pueblo de Dios”.

En sus versiones originales, la teología de la liberación utilizaba conceptos marxistas para oponer la “Iglesia popular” (el proletariado) a la “Iglesia institucional” (la burguesía), proponiendo así una “liberación” de la primera que invertiría la situación. Esta eclesiología fue particularmente desarrollada por el teólogo brasileño Leonardo Boff. En un lenguaje que recuerda el Informe de síntesis del Sínodo sobre la sinodalidad, escribió: “Todos los servicios se prestan al Pueblo de Dios, en el Pueblo de Dios, para el Pueblo de Dios. Los servicios son después. La comunidad está ante todo. Estilo: fraterno-comunitario, flexible” [1].

Su principal libro, Iglesia, carisma y poder, publicado en 1981, fue condenado por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1984.

En sus versiones más actuales, desarrolladas también por el entonces fraile franciscano Leonardo Boff, la teología de la liberación abandonó el viejo marxismo para asumir doctrinas carismáticas y pentecostales. Así, contraponía la Iglesia “pneumática” o “cósmica” a la “Iglesia del poder”, proclamando la “liberación” de la primera en oposición a la segunda: “La Iglesia debe ser pensada no tanto a partir de Jesús en la carne, como y principalmente a partir de Cristo resucitado, identificado con el Espíritu. La Iglesia no sólo tiene un origen cristológico, sino también y sobre todo pneumatológico (pneuma = Espíritu). (...) Tiene una dimensión dinámica y funcional, que la define en términos de energía, de carisma, y también de construcción del mundo” [2].

La “Iglesia Neumática” sería una multitud fluida de personas que reciben inspiración directamente del “Espíritu” en forma de movimientos internos y “carismas”. Estos fermentos pentecostales serían compartidos por la comunidad a través de ciertos rituales no muy diferentes de los que están de moda en los círculos de la Nueva Era. Esta sería la fuente de autoridad y ministerio de la Nueva Iglesia. Según James y Evelyn Whitehead, “la guía divina no debe verse como la de un Patriarca o Señor, sino más bien como una fuerza inmanente en la propia comunidad. (...) Esta fuerza benévola no debe ser tratada como una persona” [3].

Cualquier parecido con las propuestas sinodales no es mera coincidencia.







[1Leonardo BOFF, Iglesia: carisma y poder, Roma, Borla, 1986, p. 234.

[2Ibídem, pp. 240-241.

[3James Whitehead ed Evelyn Eaton Whitehead, The Emerging Laity, Nueva York, Doubleday & Co., 1986, pp. 21-22.





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