11 DE FEBRERO - NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

Un “Milagro permanente”

Las célebres apariciones de la Santísima Virgen en Lourdes, y la serie ininterrumpida de milagros que dichas apariciones inauguraron, son un acontecimiento único en la historia de la Iglesia. Aquí algunos detalles maravillosos y poco conocidos.

Posesión territorial de la Santísima Virgen

La imagen colocada en la gruta de las apariciones

Desde el 11 de febrero de 1858, a lo largo de 5 meses Nuestra Señora se presentó en 18 ocasiones en la gruta de Lourdes a santa Bernardita Soubirous, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. Quiso así confirmar la memorable proclamación de ese gran dogma mariano, efectuada cuatro años antes (8 de diciembre de 1854) por el bienaventurado Papa Pío IX.

Dos hechos extraordinarios ocurridos en Lourdes, el primero mucho antes de las apariciones, el otro desde que éstas comenzaron hasta hoy, nos ayudan a medir su grandeza e importancia.

Pocos saben que, desde hace más de mil años, Lourdes tiene el privilegio de pertenecer en propiedad a la Santísima Virgen. Cuando en el siglo VIII las tropas del emperador Carlomagno expulsaron del sur de Francia a los últimos invasores musulmanes, no consiguieron desalojar a un emir llamado Mirat, quien se había hecho fuerte en su castillo, erigido sobre el peñón que domina el valle del Gave, precisamente donde hoy se asienta la ciudad. El emperador inició entonces un cerco al enclave del jefe sarraceno y le propuso que se hiciera su vasallo, ofreciéndole respetar todos sus derechos feudales y su religión. Pero Mirat se rehusaba obstinadamente. Carlomagno apretó entonces el cerco, esperando reducir al emir por la sed.

Miembros de la TFP francesa en peregrinación al santuario

En esa situación, cierto día una misteriosa águila pasó sobre el peñón llevando en sus garras una enorme trucha aún viva, que dejó caer dentro de la sitiada fortaleza. Mirat la recogió y aprovechó para enviársela fresca de obsequio a Carlomagno, diciéndole que era sacada del pozo de su castillo, para hacerle creer que tenía reservas de agua suficientes para soportar un largo asedio. El engaño surtió efecto y el emperador, casi desalentado, ya tendía a levantar el cerco. Pero su amigo y consejero Turpin, obispo de Puy, tomó la iniciativa de reunirse con el emir y le propuso que, puesto que no deseaba someterse al soberano francés, lo hiciera a la gran Señora de la cual éste era vasallo.

Sorprendido por la propuesta, Mirat quiso saber quién era esa Señora tan extraordinaria, de la cual hasta el monarca supremo de la cristiandad se hiciera súbdito. El obispo le explicó que se trataba de la Reina del Cielo, y pasó a describirle los sublimes atributos de la Santísima Virgen. Maravillado con lo que oía y tocado por una gracia, el emir aceptó hacerse vasallo de Nuestra Señora y también cristiano.

Recibió el bautismo de manos del propio Turpin y tomó el nombre de Lorda (del cual deriva Lourdes), que significa “la rosa” en árabe. A su muerte designó a la Virgen María como única heredera de sus dominios. Lourdes pasó entonces a ser feudo dependiente del famoso santuario medieval de Nuestra Señora de Puy. Una lápida colocada en la base del actual castillo, erigido sobre las ruinas del primitivo, recuerda este maravilloso episodio.

Torre del castillo medieval que reemplazó al bastión del emir Lorda

Curiosamente, el nombre de la gruta donde Nuestra Señora apareció, Massabielle, deriva también de una palabra árabe, que significa “la fuente”. Podemos relacionar esta toponimia con la de Fátima en Portugal, nombre igualmente árabe, tomado de una joven musulmana que en la Edad Media —cuando los mahometanos ocupaban una porción de territorio portugués— se casó con un caballero cristiano, abrazó la fe católica, y al fallecer fue enterrada cerca del local donde en 1917 la Virgen apareció a los pastorcitos. Estos hechos parecen indicar un misterioso nexo de Lourdes y Fátima con la futura conversión de los musulmanes, profetizada por tantos santos, como el gran apóstol mariano San Luis María Grignion de Montfort.

El milagro en serie, preludio de una era marial

Otra característica que hace de Lourdes un hecho único en la historia de la Iglesia es que, como bien lo señala Plinio Corrêa de Oliveira, allí Dios “hizo algo nunca antes visto: instaló en el mundo el milagro, por así decir, en serie y a título permanente”. Ya son más de 6.800 las curaciones extraordinarias de las cuales se tiene registro desde 1858 (en promedio, casi una por semana a lo largo de 150 años). De ellas, 67 han sido reconocidas oficialmente por la Iglesia como milagrosas. Para recibir ese reconocimiento se requiere que la cura haya cumplido las cuatro condiciones exigidas por la comisión médica de Lourdes, a saber: ser inmediata, completa, irreversible, y científicamente inexplicable. Es ese riguroso atestado médico lo que garantiza la autenticidad del milagro.

Cabe notar además que, por más extraordinarias que sean tales curaciones, ellas son sólo el símbolo de un prodigio mucho mayor, los milagros espirituales allí obrados por la Santísima Virgen, obteniendo la conversión y salvación eterna de incontables pecadores.

Así, Lourdes también simbolilza la triunfal e irreversible irrupción de Nuestra Señora en la Historia humana, desde su remoto e ignorado feudo distante 800 km. de París, ocurrida nada menos que en el siglo XIX, cuando un laicismo jactancioso vaticinaba que la religión desaparecería para siempre, e iría a parar al “museo de antigüedades”... Más bien, esta serie continua de milagros parece ser el preludio una nueva era marial, como diciéndonos: “Mira que vengo pronto” (Apoc. 22, 12): en medio de las desórdenes y tribulaciones que sacuden el mundo, la Santísima Virgen nos da en Lourdes un anticipo y pregusto de lo que será su maravillosa acción de presencia universal, tras el triunfo de su Inmaculado Corazón, prometido en Fátima y ya tan próximo a nosotros.











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