IMPEDIR EL CULTO NO ES EL MODO DE COMBATIR UNA PANDEMIA (II)

Debemos poner a Dios en el centro de la lucha

Presentamos la segunda parte de nuestra serie “impedir el culto no es el modo de combatir una pandemia”, pasando revista a diversas manifestaciones históricas en que la Divina Providencia detuvo epidemias como fruto de las oraciones y actos de piedad de los católicos. Ya que este artículo se inserta en un conjunto de tres, numeraremos los casos como continuación del primer artículo, que puede ser leído aquí.

6. San Carlos Borromeo

Una violenta peste asoló Milán en 1576, matando a un tercio de la población. Al inicio, las autoridades prohibieron toda reunión devocional o procesión, pero el Cardenal Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán logró convencerlas de derogar la prohibición. Al agravarse la situación, las propias autoridades huyeron de la ciudad; sin embargo el buen pastor no abandonó a sus ovejas. Vendió toda la platería del palacio episcopal para socorrer a los contagiados, les dio todos los muebles de su casa y hasta su propio lecho. Acudía a confesarlos y les administraba los últimos sacramentos, los visitaba en los hospitales o en los tugurios; ordenó oraciones y procesiones para pedir el fin de la epidemia (a las cuales solo podían asistir adultos en fila, y a cuatro pasos de distancia unos de otros); ordenó que en lugares-clave se erigiesen columnas de piedra coronadas por una cruz para que los residentes de todos los barrios pudiesen asistir a las misas y rogativas públicas asomados a sus ventanas; y se ofreció como víctima por los pecados de toda su diócesis. Esta lucha espiritual y material no fue nada fácil, pues duró un año y medio, hasta que por fin cesó la epidemia.

El historiador Roberto De Mattei nos cuenta que “San Carlos Borromeo compiló sus meditaciones en un Memorial, en el que entre otras cosas escribió: «Ciudad de Milán, tu grandeza se alzaba hasta los cielos, tus riquezas se extendían hasta los confines del mundo (…) Repentinamente, viene del Cielo la peste, que es la mano de Dios, y de golpe y porrazo ha sido abatida tu soberbia» (Memoriale al suo diletto popolo della città e diocesi di Milano, Michele Tini, Roma 1579, pp. 28-29). El santo estaba convencido de que todo ello se debía a la gran misericordia de Dios: «Él hirió y Él sanó; Él azotó y Él curó; Él empuñó la vara de castigo, y ha ofrecido el báculo de sostén» (Memoriale, p. 81)” [1]. Importantes temas para nuestra meditación...

7. Pamplona y la devoción a las Cinco Llagas de Cristo

La terrible peste bubónica de 1599 que cayó sobre Pamplona dejó una mortandad del 80% de los contagiados [2]. El Obispo de Pamplona, Monseñor Antonio Zapata y Cisneros, recibió, a través de un religioso, una revelación divina que le aseguraba la protección de todos aquellos que se encontraran sanos y la curación milagrosa de los apestados que llevaran un medallón de las Cinco Llagas de Nuestro Señor. Se prepararon las medallas con la mayor celeridad, y además el Ayuntamiento prometió solemnemente que la ciudad guardaría abstinencia en las vísperas de las festividades de San Sebastián y San Fermín. A la quincena de ser asumidos los compromisos, la peste comenzó a ceder y a finales de noviembre se había detenido.

En agradecimiento, el ayuntamiento de Pamplona decidió introducir la representación de las Cinco Llagas en el reverso de las medallas e insignias de alcaldes y regidores. Todos los años, los funcionarios municipales renuevan los votos en la iglesia de San Agustín [3].

8. San Francisco Javier, “abogado universal contra las pestes”

En 1656, una terrible epidemia atacó Nápoles. Los napolitanos recordaron entonces un milagro sucedido tres años antes con un cuadro de san Francisco Javier, al que muchos devotos vieron mover los ojos y cambiar el color de su semblante, en repetidas ocasiones. La ciudad recurrió oficialmente a su auxilio el 12 de junio con un voto ciudadano. Luego de ello, la peste fue desapareciendo. Las autoridades y la ciudadanía, convencidos del carácter sobrenatural del hecho, pidieron al Papa la confirmación del patrocinio del santo, hecho que se consiguió y fue muy celebrado. Entre las ciudades que lograron superar la peste por intercesión de san Francisco Javier figuran: Manar, Malaca, Bolonia (1630), Aquila y Parma (1656), Macerata (1658), Brujas (1666) y Durango en Nueva España (1668).

En 1885, España sufrió una feroz epidemia de cólera, en medio de la cual se detectaron dos casos en Pamplona. El P. Modesto Pérez prometió organizar una peregrinación hasta el Castillo de Javier si la ciudad se salvaba de la peste, como efectivamente ocurrió. Dicho acto devocional sigue realizándose anualmente [4].

9. Cristo de San Agustín o Señor de Burgos

Este crucificado de impresionante aspecto es una de las principales devociones de la Semana Santa andaluza. La reina Isabel de Castilla cayó desmayada al intentar acercarse a la imagen para obtener un clavo como reliquia y ver al nazareno bajar el brazo, lo que la hizo desistir de su devota intención. El valeroso “Gran Capitán”, don Gonzalo Fernández de Córdoba, que se aproximó a la escena, retrocedió lleno de pavor expresando: “No queramos tentar a Dios”.

En 1679 una terrible peste azotó Granada, causando terribles estragos en la población. Los frailes agustinos promovieron una procesión del santo Cristo hasta el Hospital Real. Durante este acto de adoración, una paloma comenzó a revolotear junto al crucifijo; los fieles inmediatamente asociaron este suceso con la protección el Espíritu Santo. Y desde aquel momento comenzó a desaparecer la peste [5].

10. “Virgen del Cólera” de Olite

Durante la mencionada epidemia de cólera de 1885 (ver el punto 8), la ciudad de Olite no fue afectada, a diferencia de los pueblos vecinos, gracias a más de un mes de intensas rogativas y procesiones a la patrona, la Virgen Inmaculada —que a partir de entonces es llamada “la Virgen del cólera”—, así como a San Roque. El alcalde hizo ante la venerada imagen la promesa de celebrar su fiesta todos los días 26 de agosto, por ser la fecha en que un fogoso predicador proclamó que “¡el cólera no entrará en Olite!”, infundiendo confianza en la feligresía.

Ya antes, en 1834, Olite había logrado desterrar una peste después de muchas oraciones y actos de devoción al Santo Cristo, la Inmaculada y los diversos santos venerados en la ciudad, promovidos tanto por los sacerdotes como por las autoridades. En otra epidemia, en 1855, en cambio, se recurrió a Dios antes de que la epidemia llegue al pueblo y se evitó su entrada [6].

* * *

La Voz de Dios en el sueño de Don Bosco

Ante tantas manifestaciones de la Providencia en la Historia (y otras que relataremos en la próxima entrega), no podemos menos que recordar la voz de Dios que San Juan Bosco oyó en uno de sus tantos sueños inspirados:

“Pero vosotros sacerdotes, ¿por qué no corréis a llorar entre el vestíbulo y el altar, pidiendo que cesen los castigos? ¿Por qué no tomáis el escudo de la fe y no vais por los tejados, por las casas, por las calles, por las plazas y por todo lugar, incluso el inaccesible, a llevar la semilla de mi palabra? ¿Ignoráis que es la terrible espada de dos filos que abate a mis enemigos y que corta la ira de Dios y de los hombres?” [7].

Podríamos aplicar ese reclamo, mutatis mutandis, a todos nosotros como católicos. Que esto nos sirva para comprender que debemos poner a Dios en el centro de nuestra lucha contra cualquier pandemia.

Pero hay más. Hoy no se oye hablar del arrepentimiento, la enmienda ni el Mensaje de Fátima. Tampoco sobre el sufrimiento de los justos. Queda para un próximo artículo, estimado lector, estimada lectora, pues este ya pasó ampliamente la extensión conveniente para Internet. Nos despedimos hasta entonces.

Por JDG y LACH

Para leer el primer artículo de esta serie, pulse aquí, y para el tercero, aquí. .






[2José Joaquín ARAZURI, La peste en Pamplona en tiempos de Felipe II, 1974, disponible en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1153571.pdf

[5Antonio ITURBE SAIZ OSA, Cristo de Burgos o de San Agustín en España, América y Filipinas, disponible en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3278354.pdf

[7Sueño 75, sobre castigos a Roma y París por sus pecados, año 1870.





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